Cuando comenzamos el debate sobre “Las desigualdades perjudican” de Richard Wilkinson todos parecíamos tener la misma frase en mente “los seres humanos somos seres sociales”. Y es así. Lo hemos podido confirmar conforme avanzábamos con las páginas del libro. Pero, ¿qué sociedad somos y quiénes queremos llegar a ser?
A grandes rasgos podemos diferenciar dos tipos de sociedades: aquellas hedónicas o basadas en la cooperación igualitaria, típica de las sociedades cazadores-recolectores; y en las que vivimos en la actualidad: las agónicas, basadas en el poder y en el dominio. Si nos vamos al diccionario de la Real Academia Española podemos encontrar como acepción de agónico: perteneciente o relativo a la lucha. ¿Y es así cómo queremos vivir? ¿En una constante lucha?
En nuestras sociedades hemos podido ver cómo lo que realmente influye en la salud no son los niveles absolutos de renta, sino la renta relativa y el estatus social, es decir, cómo de parecidos o diferentes somos de las personas que nos rodean, y cuánta desigualdad existe en nuestra sociedad. Además, las personas confían más las unas en las otras cuando las diferencias son menores: una sociedad cohesionada es un indicativo de buena salud. En ese caso ¿tendríamos una mayor salud por tener más amigos?
[Video: Charla TED. Richard Wilkinson: Cómo la desigualdad económica perjudica sociedades].
La Unión Europea define la pobreza como “aquella condición de vivir con menos de la mitad de la renta media nacional”. La pobreza refleja la desigualdad de una sociedad. Gandhi señaló que la pobreza es la peor forma de violencia. Razón no le faltaba. La violencia procede de una emoción de vergüenza y humillación, es la expresión directa en ocasiones del sentimiento de inferioridad. Todos podemos sentir una fuerte emoción de angustia cuando nos sentimos ignorados o despreciados. Tenemos vastos ejemplos de desprecio acompañados de violencia hacia amplios colectivos de la sociedad. Se observan así expresiones de violencia contra las mujeres, el movimiento feminista, los refugiados o las minorías étnicas.
Pero, ¿cómo llegamos a instaurar la violencia en nuestra sociedad? A menudo la violencia la relacionamos con aquellas personas que se encuentran en la parte más baja de la escala social. Esta se encuentra íntimamente relacionada con el nivel relativo de renta, y al poseer un nivel de renta inferior al del resto de su entorno la persona interpreta que su dignidad ha sido atropellada.
La ansiedad e inseguridad transmitida por encontrarse en una posición social baja, en una sociedad basada en la jerarquía del poder donde están presentes grandes desigualdades, se traduce en cambios patológicos en la salud no únicamente de carácter orgánico. Además de resultar en la alteración en los niveles de colesterol, la resistencia a la insulina o niveles elevados de cortisol en sangre mantenidos en el tiempo, sabemos que esa ansiedad es el inicio del ciclo ansiedad-depresión, máximo exponente de la sociedad del dominio.
Estos cambios que ocurren debidos a la ansiedad crónica, mediados por el cortisol, la hormona del estrés, son comparables al envejecimiento prematuro. Normalmente el estrés hace que, antes una situación de peligro, destinemos todas las energías a huir o luchar y pongamos en pausa los otros mecanismos fisiológicos. Si bien esto es una ventaja frente un peligro puntual, a largo plazo se pueden dañar los mecanismos fisiológicos y favorece el envejecimiento del individuo. Por tanto, la ansiedad crónica podríamos considerarla un predictor de mala salud.
[Video: Fisiología del estrés].
Se ha averiguado que los patrones alterados de secreción del cortisol se adquieren incluso antes de nacer. Los eventos adversos prenatales, postnatales y en la temprana infancia marcan un estado ansioso y hostil en las personas expuestas a ellos, que puede perdurar largo tiempo después. Les predispone a tener una respuesta anómala al estrés, manteniéndolos en un estado constante de lucha y de permanente alerta. Dependiendo de si el niño se desarrolla en un ambiente competitivo o en un ambiente colaborativo habrá que elegir la mejor estrategia para que pueda desarrollarse de la forma más sana. Así mismo los vínculos emocionales que establece tienen un papel clave en su preparación frente al magnífico desafío que es la vida.
Y es en este hecho por el cual se procesa la realidad como socialmente amenazante donde podemos encuadrar la vergüenza. Esta emoción que se empieza a desarrollar en torno al año de vida propiciado por el desarrollo de la corteza prefrontal, aquella responsable de la toma de decisiones, va a ser capaz de modular los niveles de cortisol. Si el niño/a experimenta sucesivos estímulos negativos perpetuados en el tiempo procedentes de la sociedad, en este caso de sus padres, el niño va a reforzar su circuito del cortisol, adquiriendo de este modo el estado permanente de lucha que comentábamos con anterioridad. Además, incorporando a su existencia la ansiedad social: presentar un temor ante la evaluación negativa de parte de los superiores, que puede acabar repercutiendo en muchos aspectos de la vida. Utilizando la expresión de Wilkinson: «así es como la desigualdad se mete debajo de la piel«.
[Imagen: El mapa de los costes de la desigualdad, elaborado por Wilkinson y Pickett].
Kate Pickett, epidemióloga británica que colabora con Wilkinson sobre el tema de desigualdad, observa que “la obsesión por triunfar económicamente en países con grandes desigualdades provoca ansiedad en todas las capas sociales. Los países justos no la viven así”.
Entonces, ¿qué tipo de sociedad queremos ser? ¿Una en la que predomine la ansiedad social y la vergüenza perpetuada como hostilidad hacia tus competidores que disminuya los niveles de salud? ¿O una sociedad igualitaria donde prime la afiliación, el respeto, la seguridad y la coherencia social que nos permita avanzar como iguales? Como subraya la socióloga y salubrista Jennie Popay, lograr la justicia social es un reto político fundamental para reducir las desigualdades sociales y los impactos nefastos y evitables sobre la salud.
Margaux Bricteux, Mäité Brugioni, Cristina Ballesteros, Fernando Araos, Vincenzo Bello y Patricia Castillo.