Richard Wilkinson tiene una idea simple: La desigualdad nos enferma.
Su hipótesis se apoya fuertemente en evidencia epidemiológica y neurobiológica, pero en su sencillez hay algo autoevidente. La realidad de nuestra sociedad en donde coexisten las hambrunas infantiles extensas con la ridícula ostentosidad del desperdicio nos es al menos incómoda. Se requieren verdaderas acrobacias mentales para conllevar esta disonancia social, aunque muchos preferimos no intentarlo siquiera ignorando medianamente este hecho en el día a día. Lo que es claro incluso para el más extremista darwinista social es que una sociedad caníbal no es la ideal. En nuestro cerebro primate, el concepto de justicia es complejo y su explicación escapa los alcances de esta entrada. Basta con entender que nuestra «moralidad» no es más que un grupo de procesos evolutivos destinados a resguardar una de las herramientas de supervivencia más preciadas de nuestra especie: La sociedad.
Si el hecho de enfrentarnos a la sola idea de la desigualdad genera una respuesta desagradable, ¿Cuál será el efecto en lo sujetos sometidos a las injusticias? Partiendo de este punto, tras examinar la hipótesis de Wilkinson, no es de demasiado interés explotar las deficiencias (o virtudes) estadísticas que describe en sus libros. Las asociaciones entre marcadores de desigualdad social y calidad de vida pueden ser tan discutibles como la causalidad entre la calidad de música rock y la producción de petróleo en los Estados Unidos.
Estas correlaciones espurias no son nada inusuales en las ciencias y para combatir las interpretaciones inadecuadas poseemos la experimentación para dar fortaleza a nuestra hipótesis, pasando de la casualidad a la causalidad. Desafortunadamente, estos estudios intervencionales son difíciles de realizar en las ciencias sociales (sin contar lo discutible de su ética). Eso nos deja tan solo con el recurso de la plausibilidad a través de vías mecanísticas que justifiquen las observaciones epidemiológicas. Dicho de otra manera, si queremos demostrar la validez de la hipótesis de Wilkinson, deberemos desglosar la sociedad en su mínima expresión y observar los efectos biológicos de la desigualdad en el cerebro primate fruto de 200 mil años de evolución.
No tener comida adecuada o vivir sin agua potable es claramente malo para la salud. Pero la desigualdad no sólo se da en la pobreza. Sin ir a los extremos de la miseria, los críticos de Wilkinson argumentan que la jerarquización de la sociedad es inevitable, e incluso sería una condición necesaria para la innovación y la competencia. Bajo esta idea, una sociedad en la que se cumplan los requisitos indispensables de vivienda y nutrición pudiera ser funcional, aunque las diferencias entre la cúspide y el resto de la jerarquía social sean obscenas. Los cálculos económicos y predicciones de mercado que apoyan esta hipótesis son igual de débiles que las correlaciones, por lo que el objeto de estudio será un cerebro bajo los efectos de la desigualdad social. Estos trabajos interdisciplinarios de las ciencias conductuales, biológicas y sociales han hallado el mejor ejemplo en los babuinos. Estos primates de la Savannah africana viven en grupos estables de 100 individuos con una jerarquía delimitada y relativamente estable. Las necesidades básicas son satisfechas sin muchas dificultades, sin embargo, las diferencias entre los rangos son evidentes. A pesar de disponer comida en abundancia, los babuinos son de los grupos de primates con más agresividad intraespecie, lo que hace particularmente vulnerable a los sujetos de inferior rango. Estos primates subordinados están en un estado de constante violencia y frustración. El rango superior permite acceso a la comida más deliciosa, los mejores lugares de descanso, y más oportunidades de apareamiento lo cual son formas de liberación a las que los subordinados no tienen acceso. Un babuino de mayor rango se asocia a mayor predictibilidad de su rutina y cierto control de sobre su vida. El papio subordinado sufre agresiones aleatorias e injustificadas, así como múltiples limitaciones en todos los campos sociales. Esto se traduce en los efectos fisiológicos de la subordinación compatibles con estrés crónico: mayores niveles de cortisol, supresión del eje testicular, disminución del colesterol HDL (protector de infartos en el ser humano) e inmunosupresión con disminución de linfocitos. Estas variaciones son precedidas por el cambio en el estatus social. ¿Qué significa todo esto para el ser humano? Aquellos que viven en los bajos rangos de las sociedades desiguales viven en constante estado de estrés por el grado de incertidumbre y sensación de ausencia de libertad en sus decisiones.
Esto último es crucial en el ser humano. A diferencia de otros animales, el hombre es curioso por naturaleza, y no responde con temor ante las novedades. Es la falta de control sobre una situación lo que ejerce mayor estrés en los primates. La sensación de estancamiento en la escala jerárquica en babuinos puede ser muy dinámica a diferencia de los seres humanos) y la subjetividad de los rangos en las sociedades modernos, nos demuestra que el sentirse pobre puede ser peor que ser pobre. Esto nos lleva a situaciones paradójicas como en la Hungaria post comunista, donde la salud estaba más ligada a la adquisición de bienes de lujo no esenciales que a los bienes realmente vitales. Los efectos de una crianza en estas condiciones aún son desconocidos, aunque existe evidencia que apoya la presencia de la transmisión intergeneracional de los efectos biológicos del estrés crónico, lo cual despierta un gran interrogante sobre la influencia de la autopercepción social sobre la salud de nuestras familias.
La evidencia científica apunta al efecto importante de la autopercepción jerárquica sobre la salud del individuo. Wilkinson propone cambiar la desigualdad para disminuir el estrés asociado a la subordinación, llevando a una sociedad menos demandante para los sujetos no establecidos en la cúspide del poder. Sin embargo, dada la subjetividad de tal autoevaluación, es necesario delinear los factores que contribuyen a esta percepción. El temperamento y la cultura pueden ser modificadores importantes de esta respuesta, así como atenuantes de estrés (la presencia de relaciones interpersonales ricas puede ayudar contra el estrés de la subordinación en primates). La forma en la que somos bombardeados por las muestras de derroche a través de las redes sociales escapa toda analogía con los estudios en primates y ha sido muy poco evaluado el efecto que puede tener en la autopercepción jerárquica. Por controversial que pueda parecer, la resignación a la subordinación pudiera jugar un rol en una mejor tolerancia a la desigualdad y por ende en la salud del individuo. Wilkinson tiene un punto válido: La desigualdad enferma a la sociedad, pero falta mucho por entender acerca de cómo percibimos la desigualdad, por real o ficticia que esta pueda ser, para proponer una solución global a este problema real.
Annika Kunze, Erick Cortez Pinto, José Luis Jiménez Murillo, Roberta Causa, Sofía Noguera Alonso, Tatiana Martín Romero, Vanessa Orellana Villazon
Me ha parecido un artículo muy interesante. Básicamente se reflexiona sobre si, salvando las necesidades básicas de techo y alimentación, es la desigualdad o la percepción que se tiene de ella, lo verdaderamente relevante de cara a la salud pública. Me ha llamado mucho la atención el ejemplo que pones sobre Hungría porque ilustra muy bien lo relativa que puede ser la percepción en términos de desigualdad según el contexto.
A mi forma de ver, el ser humano individualmente y en sociedad, depende en su felicidad de infinitos factores motivadores, aunque uno de ellos sea la percepción real o ficticia de su rango jerárquico o el estrés que suponga la desigualdad con otros.
Siguiendo la pirámide de Maslow, las personas tienen un deseo innato para autorrealizarse, para ser lo que quieran ser; y cuentan con la capacidad para perseguir sus objetivos de manera autónoma.
Sin embargo, los diferentes objetivos que se persiguen en cada momento dependen de qué meta se ha conseguido y cuáles quedan por cumplir, según la pirámide de necesidades. Para aspirar a las metas de autorrealización, antes han de cubrirse las necesidades anteriores como la alimentación, la seguridad, etc. Por ejemplo, salvo excepciones, solo nos preocupamos de temas relacionados con la autorrealización si estamos seguros que tenemos un trabajo estable, comida asegurada y unas amistades que nos aceptan.
La salud pública dependerá de que los individuos que la conforman puedan recorrer el camino que se propone de logros consecutivos, y de los valores que los acompañen en este recorrido.
Creo que podría ser un buen tema de debate hasta qué punto la percepción de desigualdad (según qué grados de la misma) repercute en la salud.
Me ha parecido un artículo muy interesante. Básicamente se reflexiona sobre si, salvando las necesidades básicas de techo y alimentación, es la desigualdad o la percepción que se tiene de ella, lo verdaderamente relevante de cara a la salud pública. Me ha llamado mucho la atención el ejemplo que pones sobre Hungría porque ilustra muy bien lo relativa que puede ser la percepción en términos de desigualdad según el contexto.
A mi forma de ver, el ser humano individualmente y en sociedad, depende en su felicidad de infinitos factores motivadores, aunque uno de ellos sea la percepción real o ficticia de su rango jerárquico o el estrés que suponga la desigualdad con otros.
Siguiendo la pirámide de Maslow, las personas tienen un deseo innato para autorrealizarse, para ser lo que quieran ser; y cuentan con la capacidad para perseguir sus objetivos de manera autónoma.
Sin embargo, los diferentes objetivos que se persiguen en cada momento dependen de qué meta se ha conseguido y cuáles quedan por cumplir, según la pirámide de necesidades. Para aspirar a las metas de autorrealización, antes han de cubrirse las necesidades anteriores como la alimentación, la seguridad, etc. Por ejemplo, salvo excepciones, solo nos preocupamos de temas relacionados con la autorrealización si estamos seguros que tenemos un trabajo estable, comida asegurada y unas amistades que nos aceptan.
La salud pública dependerá de que los individuos que la conforman puedan recorrer el camino que se propone de logros consecutivos, y de los valores que los acompañen en este recorrido.
Creo que podría ser un buen tema de debate hasta qué punto la percepción de desigualdad (según qué grados de la misma) repercute en la salud.