Richard Wilkinson en su libro “Las desigualdades perjudican”, básicamente plantea algo innegable y que se hace patente al acercarnos a la realidad social de las comunidades. Esta es que “La mejor vía para mejorar la calidad de vida de las personas, es disminuir las desigualdades”. ¿Cómo podríamos negar esto? Incluso actualmente hay estudios que develan la relación entre el grado de desigualdad socioeconómica y nivel de salud. Cuando se tiene consciencia del mundo que nos rodea, las relaciones que establecemos y cómo estas afectan nuestro devenir, se evidencia que para quienes han tenido que desarrollarse en contextos de vulneración, el acceso ha sido limitado, generando una disminución de oportunidades, lo que finalmente es y deriva en desigualdad.
Como bien postula Wilkinson, somos seres sociales, nuestro aprendizaje y desarrollo social se relaciona con la forma en que conocemos, evaluamos y modificamos nuestras relaciones y entorno. Ahora bien, la biología tiene un rol en todo esto también. Si consideramos que el estrés presenta una actividad regulada a nivel de sistema nervioso simpático y que esto a su vez puede provocar ansiedad. Nos parece acertada la propuesta de que la presencia de ansiedad social, que puede gatillarse por estar sometido a constantes situaciones de estrés, genera un comportamiento que no promociona la salud. Por ejemplo, fumar podría deberse a un sistema de “coping”, entendiendo esto como un esfuerzo cognitivo o conductual para sobrellevar demandas internas o externas que exceden los recursos de la persona (Beh,2012)
Pero lo anterior no es sólo una decisión individual, se desarrolla en una macro-estructura social. Para entender esta asociación, debemos considerar cómo se han desarrollado las distintas sociedades y cómo se explicita en variadas situaciones de exclusión social junto con bajos niveles de calidad de vida, relacionado a su vez con bajo nivel de salud. Se ha generado un cambio en la sociedad, hemos pasado a tener menor cantidad de vínculos, mayor competencia y por ende, menor cohesión social.
¿Cómo vamos a sentir bienestar sin buenas condiciones de vida materiales e inmateriales?, ¿Cómo explorar dentro de un marco tan limitado?
Es por esto que el impacto que deben tener nuestras intervenciones a nivel de promoción de la salud no debe pensarse dirigidas sobre la persona. Sino que hacia el entorno social en el que se desenvuelve, y que promueve ciertas conductas. Por lo que, la conducta en sí misma no se conforma como problema.
¿Cómo logramos esto?
¡Participación y Acción comunitaria!
Es sólo así que se logra la verdadera participación social y empoderamiento, que a su vez permite la promoción de la salud en términos de bienestar.
Debemos promocionar la salud, promocionando cohesión.
Ya lo dijo Wilkinson, en sociedades de mayor igualdad, la confianza, cohesión y la participación ciudadana se intensifican y esto promueve salud.
Reconociendo todo lo anterior, ¿Nos debiera llamar la atención que quienes saturan las cárceles sean personas que han vivido en condiciones de exclusión social y vulneradoras? Pues no. Si reconocemos la importancia que tienen los determinantes económicos y sociales en las conductas violentas, el consumo problemático de sustancias y el nivel y cantidad de conflictos con la justicia. No debiera llamarnos la atención que aquellos que realizan conductas no aprobadas por la sociedad, sean quienes han crecido en espacios donde estas mismas se reproducen y ejercen. No solamente por ellos, sino que, desde el resto de la sociedad y el Estado, a través de conductas de estigmatización, criminalización y exclusión.
Esto último, se evidencia en ejemplos más claros de salud, si evaluamos las campañas de promoción dirigidas a disminuir “conductas poco saludables”, a simple vista resalta la culpabilización sobre la persona. Exigiendo que cambie su conducta sin generar un cambio a nivel macrosocial. Desde el gobierno se dice: ¡No fume! Pero sin embargo los niveles de estrés laboral y social se mantienen intactos. El modelo sigue promoviendo individualismo y desconexión social, dificultando la búsqueda de apoyo en pares como mecanismo de «coping».
Debemos exigir y crear políticas sociales y de salud que se orienten a la comunidad y promoción de cohesión social, no sólo a aquellos factores que culpabilizan al individuo. Cuando pensemos en Salud debemos considerar los factores biológicos, psicológicos y sociales en su interacción y continua reproducción de hábitos y mecanismos relacionales. Entendamos que no es sobre una persona que estamos trabajando, es sobre una sociedad. Que necesitamos promover ambientes saludables que permitan que las personas conozcan y desarrollen nuevas formas de relación, en las que pueda surgir la interacción social cohesiva, que fomente el apoyo, amistad, ayuda, aprendizaje, cuidado y protección. Debemos tener claro que la calidad de nuestras relaciones sociales es vital para nuestro bienestar material, en definitiva, que no estamos solos. El mundo funciona gracias al intercambio de recursos materiales y no materiales.
Para proteger y permitir el desarrollo de mejor salud, debemos trabajar por disminuir las desventajas económicas y sociales que se configuran en determinantes sociales de la salud.
Sabemos que esto es un trabajo difícil, de constante deconstrucción de nosotras como salubristas, pero necesario para entender y cuestionar aquellas situaciones que subyacen a todas las enfermedades y problemas sociales sobre los cuales se lleva años realizando intervención puramente biomédica y descontextualizada. Sólo así se logra la verdadera justicia social.
¡Cambiando el paradigma cambiamos nuestras vidas!
Artículo construído colaborativamente por Ángel Recuenco, Amanda Srsic, Carolina Traub, Evelise Pereira Barboza, Tanya Zerbian, Pete Venticich, Abraham Rodriguez.