1986. 25 de Abril. Quizás esta fecha os sea indiferente, una de tantas otras. Pero para muchas familias, para muchas personas, y para la Salud Pública, supuso un momento relevante. Fue en ese día cuando se aprobó la Ley General de Sanidad. Y con ello, la Reforma Psiquiátrica (capítulo III) mediante la cual las personas estigmatizadas por sus enfermedades mentales salían de su encierro en los manicomios, y pasaban a ser reconocidos como miembros de la sociedad. Con ello, les eran otorgados sus derechos a recibir una atención adecuada.
Precediendo a la reforma se dieron unos primeros pasos, pero fue entonces cuando realmente comenzó a germinar la semilla de concienciación sobre las dificultades por las que pasan las personas afectadas por enfermedades mentales. En ese sentido, instituciones como la Fundación Pública Andaluza para la Integración Social de Personas con Enfermedad Mental (FAISEM), u otras a nivel local, como Albasur, están llevando a cabo multitud de actividades para la atención de estos individuos.
Podemos hacer una reflexión en perspectiva, no solo de este acontecimiento, sino de otros en relación a los colectivos minoritarios o en riesgo de exclusión social. La Salud Pública aspira, mediante actuaciones a nivel colectivo, mejorar, proteger, vigilar y promover la salud de las personas. Pero, en mi opinión, debemos ir más allá. No debemos solamente centrar nuestra atención en que los individuos tengan una vida saludable, sino que, además, la sociedad con la que interactúa también lo sea.
En estos últimos años, el concepto de salud comienza a mostrar signos de una necesidad de cambio. Con el aumento de frecuencia e incidencia de las enfermedades crónicas una gran mayoría de la población se encuentra enferma bajo la acepción de salud actualmente reconocida, la de la OMS. Algunos autores incluso cambian radicalmente su esencia, convirtiéndola en un recurso, más que un objetivo, por el cual cada uno consigue sus metas en la vida.
Sobre este contexto debemos enfocarnos a conseguir una sociedad donde cada uno de los integrantes que la conforman sean capaces de sentirse realizados. Es lógico pensar que en un entorno donde prima la ausencia de conflictos, la salud percibida y la salud de la población mejoran sustancialmente respecto a un país que se encuentre en guerra. Pero no solamente hay víctimas por bombas nucleares o una AK-47. Existe un compromiso menos evidente, que podemos encontrar de manera tangente en nuestro día a día. O incluso en nuestras propias vidas.
Hablo de las personas con enfermedades psiquiátricas. Hablo de las personas con discapacidad física o psíquica. Hablo de gays, lesbianas, bisexuales, transexuales, y el resto de miembros del colectivo LGBT. Hablo de los migrantes. Hablo de los refugiados que huyen de las guerras que últimamente asolan nuestro mundo. Hablo de esas víctimas que, desde la hipocresía y nuestros sofás, muchos dirán que ya están integrados en sociedad. Pero son solo unos pocos ejemplos que muestran que la realidad es bien distinta.
Hay un dicho de Averroes que viene a mi mente a tiempo que redacto estas líneas: La ignorancia lleva al miedo, el miedo lleva al odio, el odio a la violencia. Esa es la ecuación. Vivimos en la era de la información, donde irónicamente nuestro mayor enemigo sigue siendo la desinformación y el desconocimiento, raíces desde las que germinan parte de los conflictos sociales hoy en día.
La pregunta que ahora surge es: ¿Cómo podemos, desde Salud Pública, actuar sobre esta problemática social? Con la Reforma Psiquiátrica se consiguió la integración de las personas con trastornos mentales en sociedad. Pero con ello no hemos logrado que, aun estando en sociedad, se lleguen a romper las barreras que realmente separan estas personas de las demás. Estas personas siguen formando parte de una burbuja hermética, siguen siendo ajenos al ojo de la normalidad. ¿Pero qué es la normalidad? ¿Acaso todos los miembros de una comunidad son iguales? Estas son reflexiones y disertaciones que quien discrimine deba plantearse, pero no entraré en ellas porque podría dar perfectamente para otro artículo.
Es necesario dar un paso más allá, es decir, avanzar hacia la inclusión, donde todos los individuos se encuentran envueltos en la diversidad que cada uno le da a la vida. Hay que romper esas barreras a través de la empatía, promoviendo la idea del enriquecimiento a través de la unión y las diferentes visiones de la vida. Cada uno es diferente, y eso no es malo, pues a través de las fortalezas y debilidades de todos no solamente podemos ampliar nuestros horizontes, sino alcanzarlos.
Las nuevas generaciones de profesionales de la Salud Pública deben compartir una mente, una máxima. No solamente hay que conseguir una protección, vigilancia y evaluación constante de la salud de las personas, sino que las relaciones entre estas sean también saludables. Si cada uno de nosotros nos esforzásemos en escuchar a aquel que consideramos diferente, no tardaríamos en darnos cuenta de que, en realidad, sus inquietudes, miedos y sueños no son tan distintos de los tuyos.
Cuando conozcáis a alguien de otro país, de otra orientación sexual, con alguna enfermedad o discapacidad, antes de juzgar o tener miedo, escuchad; y después, reflexionad. Cada uno lleva a sus espaldas una historia… tal y como tú llevas la tuya. No es un parásito, no es un enemigo, sino un transeúnte en este camino de relaciones superpuestas de algo que llamamos vida.
Si no malgastáramos nuestras fuerzas en discriminar a los demás, sino en tender puentes entre nosotros, ¿hasta dónde podríamos llegar?
Foucaul decía que a través de la “normalidad” se establecen las relaciones de poder en una sociedad: lo normal tiene poder sobre lo anormal y los anormales son excluídos. Esta es la base para la estigmatización social, ejercida de múltiples maneras en una sociedad, llevado a su extremo más violento, cuando además de toda la valoración social, se carga con el peso de las instituciones públicas que refuerzan la vulneración de dichas poblaciones en lugar de intentar disminuirlas.
Dos claros ejemplos de esto que menciono lo constituyen las cárceles (claro está que dependiendo del “delito cometido”) y las instituciones de Salud Pública. En las cárceles, los usuarios de sustancias psicotrópicas cargan con la estigmatización y condena social y además, con las políticas de Estado prohibicionistas y punitivistas que, como resultado, los categorizan como “delincuentes” y los privan de su libertad. Otro caso emblemático, en el que tal como comentas están habiendo pequeños avances, es en el campo de la Salud Mental. La estigmatización en el ámbito de los profesionales de la salud lleva a una separación de “ellos” (los anormales, los enfermos mentales) y “nosotros” (los normales, que podemos padecer otro tipo de enfermedades como la diabetes). Ante esta patologiazción de lo anormal, se tiende a la medicalización y en casos, incluso a la privación de la libertad (y obviamente, completa pérdida de autonomía por parte del paciente).
Me resulta interesante reflexionar en si la normatividad jurídica es el origen o la legitimación de la valoración social, es decir; ¿es la ley la que genera una actitud o posicionamiento en la sociedad?, o bien, ¿son las actitudes y preocupaciones mayoritarias en la sociedad las que hacen que se regulen las leyes?
Sea cual sea la respuesta, la lucha contra la estigmatización de todos los grupos minoritarios es un imperativo para la sociedad en su conjunto y para los profesionales de la Salud, en particular, para reducir las inequidades y las injusticias sociales.
Gracias por invitarnos a reflexionar sobre estos temas tantas veces naturalizados y que nos afectan a todas y todas.
Interesante artículo, cargado de reflexiones.
Creo que, como bien señalas, vivimos en un mundo en el que la discriminación hacia el “diferente” es pan de cada día. Pero ¿qué hace a una persona diferente? ¿Por qué ser bisexual o esquizofrénica o pelirroja es motivo de discriminación? Y, sobre todo, ¿quién decide todo esto? O, yendo aún más allá: ¿es igual de “diferente” un negro en Europa que un blanco en África? ¿Una mujer en un grupo de hombres que en el caso contrario? Claramente, no. Las “diferencias” y, en definitiva, las opresiones, las marca el poder.
Y es muy difícil luchar contra el poder sin apoyo de la sociedad. Poco a poco, parece que en los últimos años se ha avanzado hacia la “inclusión” de la diversidad, pero queda mucho por hacer. Y a veces frustra saber que las que luchamos en este sentido estamos gritándole a una pared, o compartiendo ideas con quien ya está sensibilizado con el tema, sin llegar a quienes podrían plantearse los problemas a los que se enfrentan otras personas por ser consideradas “diferentes”.
Volviendo al tema de la discriminación por motivo de salud mental, existe un movimiento de activismo en contra del enorme estigma, la medicalización y el uso de la contención mecánica en personas diagnosticadas de esquizofrenia o trastornos esquizoafectivos. Os dejo aquí un enlace a una charla TED en la que Eleanor Longden, miembro del movimiento Escuchadores de Voces (Hearing Voices Network), cuenta su experiencia (sumamente interesante): https://www.ted.com/talks/eleanor_longden_the_voices_in_my_head?language=es
En este sentido, muchas personas diagnosticadas de trastornos mentales se han auto-organizado y han creado Grupos de Apoyo Mutuo (GAM), gracias a los cuales muchas de ellas mejoran su pronóstico y la vivencia de su enfermedad. En Madrid, por ejemplo, existe el grupo Flipas GAM (https://flipartegam.wordpress.com/2017/02/08/manifiesto-flipas/), que hacen mucho activismo en ese sentido y luchan por el respeto a su situación.
¡Gracias por traer el tema, Jose!
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