Australia has decided to be bold and take on a major technological health reform (and public health researchers are frothing for the big data implications). They are currently rolling out a national, centralized electronic health record (EHR) for anyone who holds a Medicare card. Unless they explicitly chose to opt-out of the program, all Australians will have a My Health Record by the end of 2018. The EHR will contain a variety of data such as health summaries from general practitioners, medication lists, hospital stays, test results, organ donation preferences, immunization status, etc. To protect patient rights and privacy, and to promote active involvement of patients in their care, patients can tailor their records and chose what information will show up and to whom.
As a community nurse, I’m very excited by the idea of a centralized EHR. I’m sure most health care professionals can relate to the struggle of gathering up-to-date information from our patients who visit multiple doctors and pharmacies. Too often is quality of care compromised by poor interdisciplinary communication. In my home country of Canada, there are a variety of projects and calls for action underway to bring centralized EHRs to and across provinces. A recent Canadian benefits evaluation study points to increased quality and efficiency of patient care through the use of “connected health information”, and in the grander context of every day use of technology, it seems obvious that centralized EHRs would be healthcare’s next big step in patient data management. Furthermore, let’s not forget to mention the gold mine of public health information that a centralized system can provide to facilitate research in the field.
But let’s get back to Australia. Over the past few months, a flurry of concerns and criticism about My Health Record have emerged. Respected newspapers such as The Guardian and the Sydney Morning Herald have been publishing articles relating some major issues with the security of the EHRs as well general data management and protection concerns. Furthermore, My Health Record’s utility is being criticized as patients and doctors can chose what information will and won’t appear, thus being at times counterproductive and time consuming.
As I mentioned earlier, I’ve seen first hand the damage that poor communication and scattered patient information can do (not to mention the tension headaches I’ve suffered). I’m optimistic that a centralized EHR system will benefit both health professionals and patients in terms of the quality of care received, save all parties involved time and money, as well as give momentum to research in the public health realm. Will there be many hurdles until things are running smoothly? Absolutely. What new health procedures or programs have ever been launched seamlessly? The Australian government needs to step up to the challenge, and I hope they do. Data confidentiality and security need to be a priority. Comprehensive training programs need to be put in place for health professionals, and the public will definitely need coaching to get the hang of things (I’m not going to lie, current instructions on the website seem a tad overwhelming). But at the end of the day, I think we need to applaud Australia for taking on such a monumental and audacious project, and I hope that the health professionals and citizens in Australia will continue to be critical, but equally contribute to solving the inevitable issues that will arise.
Michele este artículo me parece muy interesante porque sienta un precedente para los sistemas de salud a nivel mundial, en el que es un tema de actualidad el derecho a la privacidad de los datos de una persona sobre todo aquellos ligados a la salud de cada individuo en lo particular. El hecho de que la infraestructura del sistema de salud en Australia tenga la capacidad y los recursos necesarios para financiar que se tenga una base datos general para todo el país es un gran logro como previamente lo has mencionado pero trae dilemas éticos a la mesa en los que estoy de acuerdo contigo que deben ser prioridad y se espera que las autoridades sean consciente de lo tedioso que significa el pasar por alto alguno de los puntos que previamente señalaste, fundamentalmente la seguridad en lo relacionado al tema de la privacidad y la confidencialidad. Es cierto también que tendrá un impacto positivo en la salud de los ciudadanos en Australia ya que se podrán evitar errores acerca de padecimientos previos ó problemas relacionados a la mala comunicación entre el mismo sector salud. Sin mencionar que el tener todo archivado incluso generé maneras más claras en las que si hubiera un error de diagnóstico ó tratamiento se tuviera el seguimiento de cada ciudadano a la perfección. Y si los malos hábitos de vida de un paciente podrían ser registrados, reportados y si se continuará con conductas de riesgo el Gobierno de Australia podría realizar nuevas estrategias para modificar esos patrones de comportamiento. Me ha encantado la publicación, es un tema muy actual.
Menudo salto. Si un país como Australia es capaz de atreverse a unificar la historia de salud de sus ciudadanos, entonces casi todos los demás se quedan sin excusas. Resaltas que muy a menudo se compromete la calidad de la asistencia por culpa de una pobre comunicación interdisciplinar. De hecho, el propósito de las historias digitales era en un principio agilizar esa comunicación y evitar información duplicada; hoy día esto es sólo una quimera. Con My Health Record es posible, como dices, mejorar la atención sanitaria (en cuanto a calidad, eficiencia y reducción de desigualdad), pero también establecer una base de datos descomunal para los profesionales de Salud Pública, que no creo que tenga precedentes.
Voy a pararme en la parte de la confidencialidad. La resistencia al cambio suele ser la norma, y el ámbito de la salud no es una excepción. En este caso, veo que las dudas van dirigidas hacia la confidencialidad (protección de datos personales) y hacia la elección referida a qué datos aparecen en el registro, porque puede ser «contraproducente».
En primer lugar, cualquier registro que contenga información de carácter personal tiene que cumplir unos estándares de seguridad. Esto es aplicable a un registro de un pequeño hospital, o a una base de datos de la OMS. El mayor peligro asumido en My Health Record si se difunde la información contenida no debe ser una limitación para implementar esta idea. En todo caso, debería servir para reforzarla con herramientas fiables que garanticen su confidencialidad.
Para continuar, puede ser una magnífica decisión censurar -voluntariamente- parte de los datos, fundamentalmente los relativos a salud mental. El estigma que sufren los pacientes psiquiátricos es tal que algunos médicos desprecian la anamnesis porque no se fían de los síntomas referidos. Por ello, la información médica a este respecto que no sea estrictamente necesaria está bien omitida en ciertos casos como el comentado u otros que puedan implicar prejuicios (salud sexual).
En resumen, creo que este ambicioso proyecto representa un enorme avance en materia de salud pública y asistencia sanitaria. Espero que otros países donde la insuficiente comunicación lastra más la salud que el miedo (¿a ciberataques que acaben con la confidencialidad?) se planteen adoptar este modelo y utilizar correctamente las tecnologías de las que disponemos.