Mito (Wikipedia): «Un mito (del griego μῦθος, mythos, «relato», «cuento») es un relato tradicional que se refiere a unos acontecimientos prodigiosos, protagonizados por seres sobrenaturales o extraordinarios, tales como dioses, semidioses, héroes, monstruos o personajes fantásticos, que buscan dar una explicación a un hecho o un fenómeno. […]»
Sí, es poco original volver a recordar la vacunación como un hito de la Salud Pública. Pero es que hoy día está claro que es más que un hito en Salud Pública. Sigue vivo. Sigue planteando cuestiones, hasta el punto en el que se discute si debe ser obligatorio el vacunarse frente a algunas infecciones. No debe haber mucha gente que cuestione la vigilancia epidemiológica o ambiental, o las medidas de saneamiento. Las actividades de promoción de la salud, bien, según se parezcan al acto de vacunar. ¿Qué es lo que caracteriza entonces a las vacunas, que no tienen otros servicios en Salud Pública? Creo que dos cosas.
Primero, la vacunación (entendida al menos la que genere inmunidad de grupo) representa las tensiones que surgen cuando se interviene en la búsqueda de un bien común, el cual se enfrenta a la percepción del beneficio que tiene cada individuo. Ésto en sí no parecería muy problemático, si no fuera porque esa intervención se realiza a través de cada individuo. Así, uno contribuye con su “riesgo” individual al bien común. Y ese equilibrio se cuestiona: ¿cómo de realmente beneficioso es ese bien común?, ¿quién lo define?, ¿quién participa en las formulaciones del bien común, tan importantes como las conclusiones que se derivan?, ¿qué derecho tiene la comunidad sobre el individuo? Puede que el cuestionamiento no surja simplemente desde una postura egoísta. Puede estar relacionado con no disponer de una información completa. O en otros casos, con una desconfianza de las instituciones que emiten las recomendaciones (o imposiciones), asunto ya con su propia complejidad. Es posible que estas tensiones sean en mayor o menor grado algo característico del resto de intervenciones en Salud Pública, según el grado de “coste” individual que se perciba, y sería en vacunación donde son más evidentes: la vacunación es “muy Salud Pública”.
Segundo, simplemente que algunas vacunas son muy buenas. La vacunación en algunas enfermedades infecciosas ha sido claramente muy eficaz. La viruela ha podido erradicarse, y la polio está en vías. La mortalidad del sarampión ya no es la que era, etcétera. Además, son una herramienta relativamente simple y eficiente en términos económicos (una vez han sido desarrolladas) comparadas con otros servicios en salud. Algunas vacunas han marcado una diferencia tal, que podríamos pensar, por ejemplo, la mortalidad del sarampión en términos de falta de vacunación, y no como un desenlace de la malnutrición, por muy que esté documentado la malnutrición y la incidencia de enfermedades infecciosas. Pero para combatir la malnutrición hay que tirar del hilo, y cuanto más se tira, más complejos aparecen los problemas, y más rupturistas los planteamientos consecuentes. Sí, probablemente sea más factible abordarlo como una falta de vacunación. El niño ya no muere de sarampión, lo hace de neumonía, de diarrea o de malaria. Quizá se haya renunciado a combatir la pobreza, y ahora el objetivo es aliviarla, admitirla de alguna forma y paliar sus efectos: vacunar es más fácil, más coste-efectivo, y más visible a corto plazo cuando hay que presentar evaluaciones de una intervención. Los programas verticales ganan, reforzar un sistema sanitario es una tarea más difícil incluso de plantear, y otras cuestiones simplemente están fuera. Gana la opción tecnológica, no es nada nuevo. Por el camino arrastra una práctica de la Salud Pública que, en el mejor de los casos, se ha resignado a ser institucional y partícipe de lo posible.
Pero ésto, el que puedan ser tan potentes, tiene su reverso también -aparte de la renuncia a las otras opciones mencionadas. La fascinación y la confianza son tales, que hacen que nos empeñemos en la misma receta. Seguimos esperando la vacuna de la malaria. El fortalecimiento de los sistemas de salud o el replanteamiento de nuestra relación con el entorno en términos ecológicos quedan en segundo plano, la vacuna acabará llegando. Debe estar cerca ya.
También esperamos a la vacuna de la covid. Porque sabemos que llegará, aceptamos medidas restrictivas y autoritarias, porque son provisionales. Es tal la confianza, que plantear alternativas hace desatar respuestas apasionadas: insensato, aguanta un poco más. Sobre hasta dónde llegará el impacto de dichas medidas, ya se mitigarán después. Las buenas intenciones están ahí, quizá incluyan teletrabajo para todos y al menos una terraza, al menos para los niños. Y las medidas las medidas de rastreo-confinamiento tendrán que mejorarse, aunque no haya recursos para aplicarlos a la población en general, y aunque ésto no sea la viruela: transmisión previo a la aparición de los síntomas, que además pueden ser banales e inespecíficos.
Es bueno plantear la duda, y así tener un plan B y C. Pero la fé es grande, lo demás es casi una herejía. Sin ser necesariamente un “antivacunas”. De hecho, yo también la espero, con miedo a que no sea muy tarde.
Hola Juan,
En primer lugar gracias por tu artículo. Estoy de acuerdo contigo en que la vacunación se ha presentado en ocasiones como una medida “para aliviar todos los males del mundo”. Y es que, por desgracia, no podemos olvidar que estos planteamientos vienen dados desde la perspectiva del mal llamado “primer mundo”: “Desarrollamos vacunas porque nos viene bien, y si este beneficio salpica a poblaciones más desfavorecidas pues mejor”.
Sin embargo, en mi opinión, es indiscutible los beneficios a corto y a largo plazo que han proporcionado la vacunación a la humanidad en su conjunto. Para mí, solo el hecho de prevenir una enfermedad con una medida que, como bien dices, a la larga resulta de bajo coste, y que requiere “poco esfuerzo” para el receptor, es de un gran valor.
Otra cuestión interesante que planteas es la contraposición de la percepción individual del beneficio propio frente a la búsqueda del bien común. En mi opinión, esto solo tiene sentido si el individuo conoce realmente los beneficios tanto individuales como colectivos, y tiene la capacidad de contraponerlos al riesgo individual que supone vacunarte. En una sociedad en que la desinformación está presente y de forma creciente, creo que este nivel de autonomía solo puede llevarse a cabo si proporcionamos información de calidad y adaptada a cada individuo.
Por último, respecto a la vacuna de la COVID, también estoy de acuerdo contigo en que deberían plantearse alternativas para tener preparadas en caso de que la vacuna no llegue, no sea lo suficientemente efectiva o la población decida no vacunarse. En este último punto, ¿utilizarán los gobiernos el “bien común” para instaurar la vacunación obligatoria? Esperemos que no se llegue a esos términos…
Un saludo.
Hola Cristina.
Gracias por el comentario. Espero que no te haya dado la impresión de que minusvaloro las vacunas, o algo así. Como ya señalo, algunas vacunas son muy buenas, y gracias a ellas nos hemos podido librar de enfermedades como la viruela o (casi) la polio, y el sarampión se podría tener a raya. Simplemente quería discutir el posible efecto, no buscado, de que, precisamente por lo buenas que pueden ser, puedan verse oscurecidas otras dimensiones de la enfermedad.
Bueno, en cualquier caso, espero que le hayas sacado algún provecho.
Saludos,
Buenas Juan, ¡Muy buen artículo! Es cierto que las vacunas nunca pasan de moda, siempre van a tener su controversia.
Entiendo el debate que existe entre la lucha por el riesgo individual enfrentado al “bien común”. En mi opinión, creo que en esta dicotomía hay varias posturas a tener en cuenta: están aquellos que no están dispuestos a arriesgar su salud por ese “bien común” que quizás ellos no entiendan como tal, también aquellos que piensen que los quieren controlar o aquellos que simplemente están desinformados y cuando acuden a sanidad a informarse se encuentran con hostilidad, por lo que no les queda más remedio que recurrir a internet. Supongo que aquí la pregunta sería: ¿Cómo de importante es la protección de grupo y cuánto es el riesgo que yo como individuo tengo que asumir?. Yo pienso que el riesgo que se asume es poco en comparación con los resultados que aporta la vacunación. Como bien dices, las vacunas han logrado erradicar la viruela, y han conseguido controlar muchas otras.
Sin embargo, tienes razón en que no podemos olvidar otros factores que afectan a la salud en ciertas regiones del mundo. Parece que al tener la vacuna a mano tenemos el remedio para todo y ya no hace falta fijarnos en las causas de mortalidad derivadas de la pobreza por ejemplo.
Haciendo referencia al artículo que has vinculado sobre la malaria, va por el mismo camino. Antes la malaria era una enfermedad que preocupaba a nivel mundial, se destinaba mucho dinero en intentar erradicarla por afectar a países ricos. Pero una vez se controló en estos países ya no importa. No es mi problema que afecte a países del tercer mundo porque yo no lo veo ni lo siento: esta es la mentalidad de los países ricos. Es intolerable.
Para terminar decirte que tienes muchísima razón en lo referente a tener un plan alternativo a la vacuna en relación al Covid-19. Si esa vacuna no llega o es ineficaz, ¿Cuánto tiempo más vamos a poder soportar estas medidas tan estrictas? ¿Qué consecuencias tendrán a corto y largo plazo? Supongo que aún no hay respuestas a estas preguntas, sólo nos queda esperar.
Un saludo.