“Como si fuera más digno morirse de leucemia que de SIDA. Como si fuera indigno ser sidoso. Como si en la muerte hubiera alguna dignidad.”
– Antonio Santa Ana, Los ojos del perro siberiano
“Eres Sero-positivo”, es la palabra que sale de la boca del médico y que parece detener el tiempo. Tu ritmo cardíaco aumenta mientras tratas de absorber la información, o mejor dicho, el sonido que sigue fluyendo. Y con una palabra tan lejana, tan pequeña, tu vida cambia y tu dignidad se evapora.
Desafortunadamente, esa sigue siendo la realidad de demasiadas personas. El VIH continúa siendo un importante problema de salud pública a nivel mundial. Solo en el 2020, ha robado la vida a alrededor de 680.000 seres queridos y entró en la de otros 1.5 millones. La cifras no mienten. El VIH sigue muy presente y aún no hemos ganado la lucha para erradicarlo.
Entonces ¿qué hacemos?
Si miramos afuera del África subsahariana, cerca de un tercio de las nuevas infecciones son atribuibles al uso de drogas inyectables, con equipos contaminados. ¿Qué podemos hacer para reducir la propagación del virus? Lo bueno es que los sistemas de Salud Pública a nivel mundial han puesto en marcha programas de prevención. Uno de estos programas generó mucha controversia: las instalaciones supervisadas de consumo de drogas.
Lugar creado para el libre uso de sustancias ilegales, el ejemplo concreto de cómo la ley y la salud pública no siempre van de la mano. En la actualidad, se reconoce que la aplicación de la ley contra las drogas no reduce su uso, sino que lo hace más inseguro para los usuarios. Debido a la falta de educación y empatía, esa población vulnerable corre un gran riesgo de contraer enfermedades infecciosas, fallecer de sobredosis y generar otros daños comunitarios. En 2003, al observar el aumento de casos de VIH y de sobredosis, Vancouver proclamó una emergencia de salud pública, de ahí se inauguró el primer sitio de inyección supervisada en América del Norte. En 2018, había alrededor de 100 salas de consumo de drogas en todo el mundo, la mayoría estaban ubicadas en Europa. El siguiente video da más detalles sobre la situación en Canadá.
Pero ¿no fomenta la adicción o desalienta el tratamiento?
De hecho, muchas investigaciones demuestran lo contrario. Ofrecer sitios donde las personas pueden volver a sentirse humanas gracias a un ambiente cálido y sin juicios donde pueden aprender a inyectarse de manera segura. Acceder a múltiples servicios sanitarios o sociales mostró un mayor interés del usuario por iniciar programas de desintoxicación, ya que pueden empezar a un ritmo más personal. De hecho, en Suiza y España se han cerrado algunas de estas salas, principalmente por haber disminuido el consumo de heroína inyectable y la necesidad de estos servicios.
Además, el acceso a equipos limpios, personal sanitario y a la educación, reduce el riesgo de transmisión de enfermedades y el riesgo de sobredosis. La prueba de ello es que ninguna sobredosis fatal fue observada en esos sitios y que en Vancouver han observado una disminución de 88 muertes a causa de sobredosis por cada 100.000 personas al año. Y si esas cifras parecen bajas, es importante mencionar que los sitios en Vancouver solamente están cubriendo del 5-10% de todos los usuarios del vecindario local y están funcionando a su capacidad máxima. Con esos datos uno podría pensar que con más accesibilidad el pronóstico podría ser mejor.
Vale pero ¿los sitios deben ser una carga económica?
Si es verdad. En Canadá por ejemplo, una sola instalación cuesta aproximadamente 4.1 millón de dólares. Pero ¿vale la pena pagarlo? ¿no? Sin lugar a dudas la respuesta es ¡SÍ! En 2017, los costos de atención médica relacionados con los opioides alcanzaron 438.6 millones. Eso es más de 100 veces el costo de una instalación, que además de la ventaja económica permite reducir la carga del sistema sanitario. Los investigadores han observado que, los sitios de consumo supervisado en Vancouver, causaron la reducción de llamadas de ambulancia por sobredosis en un 67%. El personal sanitario finalmente puede usar esos recursos en otra emergencia. Por tanto, quién haya experimentado un largo tiempo de espera para ver un personal sanitario seguramente no se quejará de ese argumento.
¿Así que pagamos para drogar a la población?
Los consumidores llevan sus propias drogas, las instituciones solamente ofrecen los servicios para apoyarles y asegurar que el proceso sea seguro. De hecho, estas salas suelen ser las primeras en obtener datos sobre la introducción de nuevas drogas y por lo tanto, pueden contribuir a la prevención de nuevas tendencias.
Para concluir, las instalaciones supervisadas de consumo de drogas son una herramienta clave en la lucha contra el VIH, para disminuir el riesgo de sobredosis, y para aliviar la carga que ese problema significa para los recursos sanitarios. Además, de permitir a los consumidores tener contacto con personas que se preocupan por su bienestar, lo cual no suele suceder en la vida de estos seres humanos. La inauguración de estos lugares es un hecho que en lo personal aplaudo, consciente de todas las barreras legales y sociales que se han tenido que superar.
Al final, ¿qué tiene mayor valor, lo que se invierte en las instalaciones o que la población marginada pague con sus vidas?
Me ha encantado tu artículo.
En España, en la década de los 80 la heroína inyectada causó estragos entre los jóvenes y sus familias.
Se produjo entonces una especie de rechazo total hacia los toxicómanos que eran marginados, apartados de la sociedad, repudiados, chic@s sin solución, delincuentes, presos peligrosos…
En aquel entonces era muy importante tratar de romper esa imagen de los jóvenes que cayeron en la droga. Muchas madres y padres recurrieron a asociaciones como las de «Érguete» (iniciativa de un grupo de familas vinculadas por la drogodependencia de sus hijos). Se trataba de denunciar el narcotráfico y solicitar más recursos públicos para el tratamiento integral de la drogodepencia.
Te dejo por aquí el texto de presentación de su web:
“Nacemos en la década de los 80 como altavoz de denuncia social, cuando un grupo de madres tuvimos que afrontar que nuestros hijos e hijas estaban sufriendo las consecuencias del narcotráfico en Galicia. Entendimos que las lágrimas, las dudas y el miedo, teníamos que vencerlos uniendo nuestro dolor para transformarlo en una fuerza que acabase con la lacra del narcotráfico y abriese las puertas necesarias para que nuestros jóvenes pudieran recuperar su vida y tener un futuro”
No se persiguen a los narcotraficantes pero sí instalaciones del tipo de comentas o como mínimo se critican sin razón de ser. Como argumentas los datos a favor de esos centros son abrumadores: disminución de casos de sobredosis, de transmisión del VIH, etc además de las consideraciones humanas (el trato cálido y sin juicio) hacia los consumidores.
Muchas gracias por poner el foco en este tema.
Me ha traído muchos recuerdos de mis padres, de sus miedos por aquel entonces.
Un abrazo Gabrielle.
Hola Gabrielle,
Empaticé profundamente con la introducción, ponerme en el lugar de alguien que, además de encontrarse en la dura situación que concierne el consumo de sustancias, la dependencia y adicción, tiene que enfrentarse a un diagnóstico que seguramente lo marca de por vida. A mi parecer la creación de estos centros es de suma importancia, se desestigmatiza a los usuarios de drogas, funcionan como herramientas para la evaluación, estudio y creación de políticas de prevención y tratamiento de sustancias.
No podemos ignorar lo complejo del problema, es decir, el consumo sustancias ha existido desde que se conocen las sustancias psicotrópicas. Hay incluso otras especies de animales que han descubierto propiedades de ciertas moléculas, más que el uso o no de las sustancias se debe estudiar y prevenir las condicionantes que provocan la dependencia a éstas. Es ya conocido que las determinantes sociales influyen más en la salud de las personas que las determinantes biológicas, además de ciertas tendencias biológicas a depender de sustancias, son más importantes las condiciones de vida en que se desarrollan las personas, y cómo los factores que la rodean provocan ciertas conductas.
Estos proyectos me parecen un gran paso, un gran paso hacia la regulación, y al entendimiento de las drogas. Está claro que la prohibición, las acciones punitivas y la estigmatización ya no son una opción. Tenemos que empatizar con los usuarios de sustancias, tenemos que ayudarlos como quisieramos que nos ayudaran a nosotros en una situación así.
Muchas gracias por compartir Gabrielle.