
¡Oh, dulce tentación!
Todos lo hacemos. Todos los días. Nos entregamos a una droga que ni siquiera figura en los registros estatales de drogas. Aunque lo hace todo para ser tan perjudicial como el alcohol o el tabaco. Claramente, estamos hablando del azúcar. Es probable que en los países desarrollados del mundo no haya casi nadie que no consuma ningún tipo de azúcar refinado a diario. Ya sea un poco de mermelada en la tostada por la mañana, o copos de maíz azucarados, helado o flan de postre a la hora de almorzar, unas cucharaditas de azúcar con el café u otro trozo de pastel por la tarde, y una taza de cacao por la noche. El azúcar se ha metido en nuestras vidas como algo natural, y parece que siempre ha sido así. Pero este no es el caso
El largo viaje de la dulce droga popular
Desde la antigüedad, las fuentes de azúcar siempre han sido escasas, su precio correspondientemente alto y su disponibilidad reservada sobre todo a los adinerados aristócratas griegos, romanos, los nobles y emperadores. Solo ellos podían permitirse un jarabe elaborado con frutas y, a veces, incluso miel comercializada o usurpada en pueblos vecinos, como los galos y las tribus germánicas. Para el pueblo llano, la repostería solía ser un lujo que quedaba fuera de su alcance. Esto no cambió demasiado en la Edad Media, cuando la remolacha azucarera se extendió cada vez más en Europa Central.
A partir de los siglos XVI y XIX y el establecimiento de extensas plantaciones de caña de azúcar en el Caribe, donde las condiciones de cultivo se veían favorecidas, el azúcar finalmente comenzó su ascenso como droga popular y entró en el mercado de masas. Si antes solo se consumían unos pocos gramos de azúcar al año, en pocas décadas la gente empezó a comprar y comer el oro blanco por kilos.

Cosecha tradicional de la caña de azúcar en el Caribe
¿Por qué nuestra biología nos hace esto?
Actualmente, cada ciudadano de la Unión Europea consume unos 36,7 kg de azúcar industrial al año, que equivale a unos 100 g de azúcar al día. En América Latina, la cifra llega a 38,5 kg/año. La OMS recomienda un máximo de 40 g al día (10 cucharaditas), o 14,6 kg al año. De las 2.000 kcal de energía recomendadas para un adulto medio al día, casi 400 kcal ya están cubiertas sólo por las pequeñas moléculas de Sacarosa. Y este estilo de vida tiene sus consecuencias para nuestro organismo.
A traves de nuestro páncreas, la biología nos ha otorgado un órgano excelente para controlar nuestros niveles de azúcar en sangre en un estrecho margen para que no suframos hipoglicemia ni hiperglicemia. Pero evolutivamente, este maravilloso órgano no estaba adaptado al consumo frecuente de golosinas. Nuestros antepasados preneolíticos tenían que conformarse con comer raíces, semillas, granos, setas y carne la mayor parte del año; el azúcar en forma de frutas y miel era muy escaso. A diferencia de la ligera subida de azúcar en el cuerpo que generan estos alimentos crudos tolerados por el pancreas, el azucar industrial genera una fuerte subida de azucar en la sangre. Esto, a su vez, después de muchos años de consumo y muchas subidas bruscas de azúcar en sangre, conduce a la fatiga y a la eventual insuficiencia del páncreas y a la aparición de la diabetes. La enfermedad, que los antiguos griegos ya llamaban orina dulce como la miel (diabetes mellitus), no sólo conduce a la hiperglicemia y al coma diabético. Para la mayoría de las personas sufriendo la diabetes, las consecuencias a largo plazo son mucho más relevantes: La obesidad, los accidentes cerebrovasculares, los infartos de miocardio, las enfermedades renales, los daños nerviosos, el cáncer y las enfermedades inmunológicas son promovidas por la diabetes mellitus.
Pero, ¿por qué actuamos de forma tan perjudicial com nuestro cuerpo día a día? De nuevo, la biología está presente. Tal como ocurre con otras adicciones, una subida brusca de azúcar en sangre provoca una liberación masiva de dopamina y, por tanto, una fuerte respuesta de recompensa en el cerebro , más concretamente en el núcleo accumbens. En los niños pequeños, la reacción es tan fuerte que algunos investigadores la comparan con el consumo de drogas como la cocaína. Así el cerebro humano aseguró la supervivencia de nuestros primeros ancestros prefiriendo los alimentos con altas calorías. En el entorno actual, en el que los alimentos, y especialmente el azúcar, están disponibles en todo momento y en grandes cantidades, este comportamiento se está convirtiendo en nuestra perdición. Esto tiene graves consecuencias para las personas que enferman, pero también para la sociedad que tiene que asumir los costes de los tratamientos y garantizar el cuidado de los enfermos.

Medición diaria de la glucosa en sangre de los pacientes con diabetes antes de las comidas
Una pandemia silenciosa
Desde hace muchos años, casi todos los países desarrollados del mundo luchan contra el aumento de la tasa de diabetes mellitus. Mientras que en el año 2000, 16,8 millones de personas de los 27 países de la UE tenían diabetes mellitus diagnosticada entre todas las personas de 20 a 79 años, en 2019 la cifra era casi el cuadrúple, con 61 millones. El coste del tratamiento de la diabetes mellitus fue de 149.000 millones de euros en 2019, representando el 9% del gasto del sistema sanitario europeo. Cada año, más de 100.000 personas mueren de diabetes mellitus y sus secuelas. En España, casi el 15% de la población, 5,1 millones de personas, padecen diabetes mellitus. El gasto del sistema sanitario en este contexto asciende a 15.500 millones de euros.
Un hito de la salud pública del siglo XXI?
Así pues, es evidente que nuestro consumo de azúcar es uno de los mayores retos de la salud pública del siglo XXI. Pero, ¿cómo podemos ganar una batalla contra el alto consumo de azúcar, que es principalmente una consecuencia de un cerebro que ha evolucionado durante millones de años perseguir el azúcar? ¿Podemos reducir el consumo a través de leyes? ¿Etiquetas de advertencia en los alimentos azucarados? ¿Campañas educativas? ¿Impuestos sobre el azúcar? ¿Será capaz la industria farmacéutica de desarrollar un medicamento que permita engañar a nuestro propio cerebro? Hasta ahora, no hay candidatos prometedores. Este reto de Salud publica es diferente a todos los retos anteriores. Esta vez, los adversarios no son los agentes patógenos, la falta de higiene, las malas condiciones de trabajo o la falta de prevención de accidentes. Esta vez, el adversario es nuestro propio comportamiento, nuestra propia biología.
Hola Eric.
Me encanta tu artículo. Cuentas una realidad presente, a la vista y a la vez “oculta”, que nos afecta a millones de personas… donde me incluyo… soy una adicta al azúcar!!!
Te felicito porque, en un corto artículo, has presentado algo que se sabe un ENORME problema de salud pública, con importantes implicaciones en calidad de vida, esperanza de vida, uso de recursos y costes sanitarios… Esa “dulce tentación” que, imagino sin quererlo, en la sociedad ha quedado “impuesta” como dulce adicción… Lo has contado tan sencillo y evidente que resulta “imposible” que no se hagan cargo de ella, que no hagamos algo por revertir el curso de lo que está sucediendo… pero ¿cómo???… El azúcar está incluido en multitud de alimentos y bebidas, que además nos encantan y nos hacen desear más; es un gran negocio, barato, que crea adicción, que no está perseguido y que encima publicitan y promueven…
Se ven “luchas individuales” contra él, una esperanza alentadora, pero no suficiente… No sé dónde está la solución, pero sí creo que tiene que ser una iniciativa conjunta la que lo haga posible…quiero pensar que de la mano de la Salud Pública, seremos capaces de luchar contra los titanes empresarios interesados en el negocio, y contra nuestra propia biología… ¡¡¡Gracias!!! Hoy haré lo posible por no comer “tanto” azúcar, voy a tener a mano mis gafas “de cerca”…