Deficiencias de micronutrientes y la fortificación de los alimentos como estrategia para combatirlas
Si buscamos el término “hambre” en el diccionario encontramos la definición que a todos nos viene a la mente en un primer momento. Esa sensación incómoda que tenemos cuando nuestro cuerpo nos indica que tenemos que comer. Sin embargo, existe otro tipo de hambre que pasa desapercibida y que afecta a la salud de una forma silenciosa pero muy grave.
Hablamos del “hambre oculta”, un concepto que creó la Organización Mundial de la Salud para definir un fenómeno que afecta a dos mil millones de personas en todo el mundo: la deficiencia de micronutrientes. Esto ocurre cuando el aporte de vitaminas y minerales de los alimentos que comemos no son suficientes y no cumplen con los requerimientos mínimos necesarios para un crecimiento y desarrollo adecuados, y por ende, para tener una buena salud.
La malnutrición por carencia de micronutrientes puede afectar a personas de todos los grupos de edad, aunque son niños, adolescentes y mujeres embarazadas los que conforman la población más vulnerable. Estas deficiencias representan un problema de salud mundial, no obstante es en países menos industrializados donde se alcanzan las mayores tasas de prevalencia.
Estas carencias constituyen un factor de riesgo para la aparición de múltiples enfermedades y pueden contribuir al incremento de las tasas de morbilidad y mortalidad. En este sentido, se estima que son responsables de un 7,3% de la carga mundial de morbilidad.
Aunque se consideran principalmente una forma de malnutrición por déficit, las deficiencias de micronutrientes se pueden dar también en personas con obesidad, relacionadas en este caso al consumo de alimentos altamente calóricos pero con un perfil nutricional bajo.
Tipos de carencias y efectos sobre la salud
Las deficiencias de micronutrientes más frecuentes a nivel mundial son las de vitamina A, yodo y hierro, siendo esta última la más prevalente. En conjunto, estas tres carencias afectan prácticamente a la tercera parte de la población mundial.
Las consecuencias de estas deficiencias dependen del micronutriente afectado, incluyendo problemas de visión (vitamina A), anemia y retraso en el desarrollo cognitivo (hierro), bocio y cretinismo (yodo), y mayor susceptibilidad a infecciones (vitamina A, hierro y zinc). Además, enfermedades como el beriberi (déficit de vitamina B1 o tiamina), el escorbuto (déficit de vitamina C), la pelagra (déficit de vitamina B3 o niacina) o el raquitismo (déficit de vitamina D) son debidas a la carencia de ciertas vitaminas.
Se distinguen cuatro estrategias principales empleadas para el control de las carencias de micronutrientes: mejorar las dietas mediante la diversificación dietética, acciones de salud pública, fortificación de los alimentos y suministro de suplementos terapéuticos.
Hablemos sobre la fortificación alimentaria…
Actualmente, la fortificación alimentaria es considerada como una de las estrategias más eficaces en la lucha contra el “hambre oculta”, debido a su cobertura, coste-efectividad y biodisponibilidad, y a que no necesita cambios en los hábitos de alimentación.
La fortificación o enriquecimiento de alimentos es la adición de uno o más nutrientes esenciales a un alimento, tanto si está contenido normalmente en el alimento o no, con el propósito de prevenir o corregir una deficiencia demostrada de uno o más nutrientes en la población o en grupos específicos de población. Existen tres tipos de fortificación:
- La fortificación masiva, que suele ser proporcionada por los gobiernos en caso de que exista una carencia a nivel poblacional.
- La fortificación focalizada, aquella dirigida a grupos específicos de la población.
- La fortificación comercial, referida a la situación en la que las industrias toman la iniciativa de agregar nutrientes a los alimentos procesados.
Pero, ¿por qué es un hito de Salud Pública?
Si hacemos un rápido recorrido por la historia, encontramos algunos ejemplos de cómo la estrategia de fortificación de alimentos ha sido (y continúa siendo) de gran importancia para la Salud Pública.
Remontándonos al año 1920, encontramos la que podría considerarse la primera experiencia de fortificación de alimentos a nivel mundial. Se trata de la adición de yodo a la sal, medida que fue implementada en Suiza, donde existía por aquel entonces una elevada prevalencia de bocio endémico debido a la escasez de yodo de los suelos de la zona. La misma estrategia se aplicó en Estados Unidos, y posteriormente se fue ampliando de manera progresiva al resto del mundo.
Unos años más tarde, en 1930, en Dinamarca se comenzó a fortificar la margarina con vitamina A, y en Estados Unidos se incorporó la adición de vitamina D a la leche para la prevención del raquitismo, enfermedad con alta prevalencia en aquella época. A partir de 1940, se convirtió en práctica habitual la fortificación de los cereales con tiamina, riboflavina y niacina en los esfuerzos por controlar la prevalencia de beriberi, ariboflavinosis y pelagra.
En años más recientes, la fortificación de harina de trigo con ácido fólico se adoptó como estrategia para la prevención de defectos del tubo neural en Canadá, Estados Unidos y cerca de 20 países latinoamericanos.
Hito… ¿y desafío?
Llegados a este punto, es evidente el papel que ha tenido la fortificación alimentaria en la prevención y control de muchas carencias nutricionales y enfermedades carenciales relacionadas. Sin embargo, no se puede obviar que a día de hoy las deficiencias de micronutrientes continúan siendo un grave problema de salud, sobre todo en los países menos industrializados, y pone en evidencia la necesidad de establecer estrategias para mejorar la seguridad alimentaria y la salud de las poblaciones donde el “hambre oculta” sigue siendo un tema pendiente y sigue suponiendo un importante desafío para la Salud Pública.
“Que tu medicina sea tu alimento, y tu alimento, tu medicina” – Hipócrates
Gracias Almudena por hacernos ver cómo se pueden hacer medidas sanitarias a nivel global y con tan buen resultado. Siempre me había planteado la nutrición como algo educacional y que poco se podía hacer ante este tipo de «pandemias» que afectan a la salud.
Increíble manera de con la «simple» adición de «Vitamina D a la leche se previene el raquitismo», pues sí que es un gran hito.
Enhorabuena!!
¡Enhorabuena, Almudena, por este artículo tan interesante! Hasta entonces no era consciente de la gravedad del problema: ¡un tercio de la población tiene carencias de hierro, vitamina A o yodo! Sabiendo que todos estos micronutrientes que mencionaste juegan un gran papel en el funcionamiento de nuestro sistema inmunitario, tenemos que tomar la lucha contra el hambre oculta en serio. Me han gustado especialmente los ejemplos y que destaques que, aunque es un hito en Salud Pública, sigue siendo un reto ya que muchas poblaciones siguen sufriendo hambre oculta. Lo que también me viene a la mente al leer tu artículo es la diferencia entre una medida de Salud Pública, por un lado, y la explotación de la industria alimentaria, por otro. A menudo se anuncian productos y se engaña a los consumidores haciéndoles creer que sus productos son especialmente saludables porque contienen una gran cantidad de una vitamina o un mineral. Sin embargo, en la mayoría de los casos, estos están cubiertos por la dieta básica y un aumento por encima de las necesidades básicas no tiene ningún beneficio adicional o incluso puede ser tóxico en algunos casos, por lo que el Estado también tiene un papel regulador. Además, la fortificación masiva debe tener en cuenta que cada población tiene unos hábitos alimentarios diferentes. Por ejemplo, la dieta y, por tanto, los déficits en la India, donde una gran parte lleva una dieta vegetariana, son diferentes a los de aquí.
Gracias por esta excursión en la historia de la fortificación de los alimentos.