RESEÑA
Por: José Martínez Olmos
A pesar de las eventuales insuficiencias en las respuestas ofrecidas en su larga trayectoria, podría decirse que si la OMS no existiera habría que inventarla. Sus aportaciones en la lucha frente a los efectos devastadores de epidemias globales y catástrofes son impagables. Esas aportaciones se pueden analizar con criterios de mirar el “vaso medio lleno o medio vacío” porque del análisis de todas ellas se pueden encontrar luces y sombras.
Es en los últimos 30 años cuando las grandes epidemias han conseguido concitar una atención pública generalizada como consecuencia de la propia globalización de nuestra sociedad, la cual ha ido creciendo a medida que los medios de transporte, los medios de comunicación o internet y las redes sociales han cambiado nuestra visión del mundo en casi todas sus dimensiones y, también, han cambiado nuestra manera de comunicarnos.
La crisis de las vacas locas, la alerta por la gripe aviar, la crisis causada por el Ébola, las alertas por la gripe A, por el SARS por el Zika y, ahora, la alerta sanitaria internacional por el nuevo coronavirus Covid-19, son algunos de los ejemplos en los que nuestra memoria reciente se puede detener a la hora de hablar de la salud global, de sus riesgos y de sus desafíos.
En estas circunstancias, la OMS ejerce un papel institucional que tiene su razón de ser en sus funciones de protección de la salud mediante la instrumentación de medidas de salud pública basadas en los fundamentos de la epidemiología y el respaldo normativo que ofrece el Reglamento Sanitario Internacional (RSI) aprobado en 2005. Su finalidad es prevenir la propagación internacional de enfermedades, proteger contra esa propagación, controlarla y darle una respuesta global de salud pública proporcionada y restringida a los riesgos reales para la
salud.
El RSI representa un acuerdo entre 196 países, incluidos todos los Estados Miembros de la OMS, que convinieron en trabajar juntos en pos de la seguridad sanitaria mundial. Como el RSI no se limita a enfermedades determinadas, sino que se aplica a los nuevos y siempre cambiantes riesgos para la salud pública, se espera (y así está siendo en la experiencia de 15 años), que tenga una pertinencia duradera para la respuesta internacional ante la aparición y la propagación de enfermedades. El RSI también sirve de base jurídica a importantes
documentos sanitarios relativos a los viajes y el transporte internacionales, así como a la protección sanitaria de los usuarios de aeropuertos y puertos internacionales y pasos fronterizos terrestres. A pesar de todo, el RSI no es la mejor herramienta para la generación de una respuesta global capaz de condicionar de manera obligatoria las acciones a implementar en una situación de pandemia como la actual por el coronavirus Covid-19 como tampoco lo fue en el caso de la pandemia por Gripe A.
Todas esas epidemias globales o pandemias citadas han condicionado en los últimos años la declaración de alertas de salud pública por parte de la OMS, lo cual ha tenido como consecuencia la movilización de ingentes recursos sanitarios (humanos, tecnológicos, institucionales), la articulación de medidas sanitarias y de medidas de restricción de la libertad individual y colectiva o la restricción de las actividades comerciales, industriales y empresariales, todo ello con el consiguiente impacto económico y social.
Pero la pandemia por el coronavirus Covid-19 ha desbordado todas las previsiones tanto en lo que se refiere a la extensión y la rapidez de los contagios, como en la intensidad de sus efectos en la salud y en los servicios sanitarios, por no señalar el impacto dramático en la economía global y al igual que en crisis y alertas sanitarias recientes. Puede decirse que es muy probable que la OMS haya respondido con cierta demora a la formulación de la declaración de la emergencia sanitaria internacional pero ello no quita relevancia a su papel en esta pandemia.
En cualquier caso, hay lecciones que aprender en relación a la intervención de la OMS en estas situaciones de emergencia sanitaria internacional a la luz de la experiencia en los acontecimientos más recientes de los últimos años.
Algunas propuestas para debate pueden ser las siguientes:
- La comunicación hacia la sociedad y hacia los gobiernos debe ajustarse de manera más precisa a la situación real de cada país o región.
- Las recomendaciones deben explicitar sus fundamentos o evidencias para poder conocer los beneficios esperados así como plantear la evaluación de impacto en caso de ser aplicadas.
- Los diferentes Estados deberían valorar mecanismos que refuercen la capacidad de gobernanza y el carácter ejecutivo de las recomendaciones en las alertas sanitarias internacionales y en las pandemias como la actual ocasionada por el coronavirus COVID-19.
- La transparencia en la gestión de la OMS, los mecanismos de participación de la sociedad y el control sobre conflictos de interés de los miembros de sus órganos de decisión tienen que garantizar los más altos niveles de exigencia.
Referencias
- Martinez-Olmos J. ¿ Que paso con la Gripe A”. Todas las claves de la pandemia contada por sus protagonistas. Editorial Amarppe; Madrid. 2014.
- Martinez-Olmos J. Generar confianza en una crisis ¿ES POSIBLE? Claves de comunicación y coordinación en las crisis sanitarias, desde la experiencia. Editorial Amarppe; Madrid. 2018.