Crónica Sentimental del Coronavirus (5): La soledad

CRÓNICA

Por: José Luis Bimbela Pedrola

 

Me encanta que la obra que Catherine Camus escribió sobre su padre se titule “Solitario y solidario”. Me apunto con entusiasmo a esa suma. De hecho, es una de mis “copulativas” favoritas. Y con ella reflexiono, de la mano de José María Esquirol, sobre la intimidad, en estos tiempos de transparencia despiadada. Estoy muy de acuerdo con él cuando afirma: “una ventana permite cierta intimidad y protección; las paredes de vidrio conducen a una trasparencia que nos acerca a la alienación”. No me gustan las peceras. Ni reales ni figuradas. Ni físicas ni mentales.

Mi amigo y maestro Josep Torres, me lo explicaba muy bien con su “metáfora de las habitaciones”. Algunas las compartimos con los extraños, otras las compartimos con los conocidos. Hay algunas que compartimos con los amigos, y otras con los familiares. Además, están las que compartimos con las parejas; y aquellas otras que compartimos con los hijos y con las hijas. Y, finalmente, existen unas habitaciones que no compartimos con nadie. Absolutamente con nadie. Habitaciones necesarias, imprescindibles, y vitales. Íntimas, privadas.

¿El reto? Hacer compatible ese “yo conmigo” tan relevante para conocerse y crecer (como profesional y como persona) con el “yo contigo” indispensable para construir relaciones empáticas y fraternales, basadas en la confianza y el respeto mutuos. Y entonces sí que el “nosotros” podrá ser solidario, maduro y evolucionado; y no gregario, inmaduro y retrógrado (como tantas veces). La ocasión que nos ofrece la pandemia del coronavirus es única y decisiva: ¿Progreso o retroceso? ¿Evolución o involución? Permítanme, por una vez, la disyuntiva.

Podemos aprender a vivir más saludablemente la soledad. Para lograr relaciones más sanas y creadoras. Más limpias y respetuosas. Más puras. Menos mediocres y dependientes. Menos superficiales y tópicas. Soledad saludable para amarse y perdonarse. Para amar y perdonar. Y, desde luego, para prevenir maltratos (físicos y emocionales) y sufrimientos extras. Soledad reflexiva, meditada y bien dosificada, para evitar consumos compulsivos (y paliativos) de todo tipo: tabaco, alcohol, fármacos, drogas ilegales, comida, sexo, juego, redes sociales, compras. Tan presentes (casi) todos ellos en nuestros objetivos salubristas prioritarios (presentes y futuros).

Y para ir cerrando esta quinta crónica sentimental, dos sugerencias “artísticas”, relacionadas con el tema que nos ocupa:

Una canción: Sin atadurasdel grupo Ladama. Cuatro mujeres potentes y comprometidas, que suman ética y estética, y multiplican amor y libertad. Con alegría, con mucha alegría. En la línea que ya enfatizó Emma Goldman: “Si no puedo bailar, tu revolución no me interesa”. El estribillo de la canción es preciso (y precioso): ”Sin mucha pretensión / con bastante inspiración / sin tantas amarguras / y con menos ataduras”.

Y una película. Una película “rara” (en el mejor sentido del término: infrecuente, original, heterodoxa) llamada en España “Tren nocturno a Lisboa” de Bille August; donde podemos disfrutar de esta preciosa reflexión: “La intimidad es nuestro último santuario”.

 

Fuente: Amaneciendo en sábado. En “El Blog de Bimbela”

Continuará…

Un comentario

  1. “La intimidad es nuestro último santuario”.
    Gracias por esta reflexión. Este confinamiento ha sido un punto de inflexión en nuestras vidas, en mi vida. amar la soledad desde el interior, ha sido un bonito viaje.
    Y me quedo con este, tu párrafo: [«¿El reto? Hacer compatible ese “yo conmigo” tan relevante para conocerse y crecer (como profesional y como persona) con el “yo contigo”] indispensable para construir relaciones empáticas y fraternales, basadas en la confianza y el respeto mutuos». Cuando echamos esa mirada hacia el interior, nos abrimos también más a los otros, humanidad compartida. Hay que reinventarse.
    Gracias y mil veces gracias

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