Me encontraba viendo un reportaje cuando me salto la chispa, hablaban de los alimentos y de como los sectores más desfavorecidos se alimentan peor, por cuestiones puramente económicas, pero yo me atrevo a incluir más variables que le afecten, tales como: la propia salud de la persona, las cuestiones culturales, las cuestiones del entorno, la edad de cada persona y las necesidades fisiológicas de las personas. Procedamos al análisis de todas estas variables para intentar explicar las desigualdades en salud producida por la elección de la manera de alimentarnos.
En el análisis del contexto económico, aquellos que dedican una mayor proporción de ingresos a la comida son los más perjudicados por una mala elección, por que está meridianamente claro de que, una merluza fresca, comprada en el mercado tradicional de toda la vida, nos cuesta unos 10-11 €/Kg, aportándonos un contenido nutricional de 65 Kcal/100 gr, mientras que su variante más barata, los palitos de merluza (3€/Kg), nos aportarían casi cuatro veces más de calorías, además de tener unos valores nutricionales muy pobres, por ejemplo su contenido en grasa es 20 veces mayor en los palitos que en la merluza fresca. Si analizamos el caso del pollo, es prácticamente idéntico o incluso peor, ya que si comparamos el pollo fresco (5€/Kg) con las salchichas de pollo (2.95€/Kg), en la que el proceso de fabricación denominado carne separada mecánicamente es una aberración desde el punto de vista nutricional, ya que a los pavos y pollos les quitan las piezas nobles (Pechuga, Muslos, Alas…) el resto que queda, junto con tocino y distinto preparados elaboran las famosas salchichas; El contenido nutricional de la carne fresca de pollo es de 165 Kcal/100 gr repartidas en Proteínas 31% y Grasa 3.6%, mientras las que las mal llamadas salchichas de “pollo” 216 Kcal/100 gr repartidas en 13.6% Proteínas, 14.3% Grasa y 8.1 de Hidratos de Carbono, como puede ser que no habiendo hidratos de carbono en el pollo, en la salchicha este presente en un casi 14% (Es de locos). Por tanto, queda más que justificado que dependiendo del nivel económico se puede comer más saludablemente.
Las cuestiones culturales juegan un papel importante en la elección de un alimento u otro por parte de cada persona. Aquellas personas cuyo nivel cultural es inferior a la media, estadísticamente también son la que menores ingresos medios reciben y todo ello, tiene influencia en los hábitos alimenticios que practican, no tienen la suficiente información y formación, para poder realizar una valoración de aquellos alimentos que realmente se han demostrado que son beneficiosos para la salud. También aquellas personas con un alto nivel cultural, no se dejan influir o lo hace en menor medida a la famosa publicidad sobre alimentos en la que los productos menos recomendables y más anunciados, están la bollería industrial, los chocolates varios, cremas untables y aceites y salsas, todos ellos con niveles de grasas, azucares y sales para nada recomendables hasta la OMS ha llegado a pedir un mayor control de la industria alimentaria por que su publicidad tiene efectos devastadores y efectivos para promocionar este tipo de alimentos.
El entorno que nos rodea también influye sobremanera en nuestra capacidad de elegir alimentos, nuestra maravillosa dieta mediterránea se está viendo bombardeada por el efecto de la globalización y es un hecho, que cada vez que tenemos que elegir una comida, tenemos una oferta enorme de alternativas, desde suculentas hamburguesas y costillas a la barbacoa cuyo menú no baja de las 1500 Kcal hasta pizzas enormes de más de 1200 Kcal, pasando por infinidad de kebabs y demás comida hipercalórica muy lejos de nuestra humilde dieta mediterránea. Recuerdo mi época de instituto, cuando mi madre me daba 100 pesetas para comprarme el desayuno, lo único cerca del instituto de mi pueblo, eran charcuterías (hoy no queda ninguna) y íbamos todos los chavales con 15 años a comprarnos el desayuno del siglo pasado, que no era más que un bocadillo de pan con salchichón, chorizo, mortadela o el embutido que cada uno prefiriera, para nada comparable con la demoníaca oferta de hoy día.
El estilo de vida, o sea el tipo de hábitos y costumbres que posee una persona, puede ser beneficioso para la salud, pero también puede llegar a dañarla o a influir de modo negativo sobre ella. Para llevar a cabo una correcta nutrición debemos conocer las necesidades específicas de nuestro organismo en función de la edad, sexo y actividad que realizamos. Es por ello que las políticas de los países, comunidades y municipios, deben ir enfocadas a empoderar a las personas en salud para hacerlas participes de tomar decisiones importantes respecto a su salud, y sobre todo aquellos sectores más desfavorecidos.