El suicidio me cuestiona individual y colectivamente. Personal y profesionalmente. Emocional y éticamente. Física y socialmente. Y, desde luego, espiritualmente. Y me alegra muchísimo que desde la salud pública (a la que nada humano le es ajeno) ya se estén poniendo en marcha acciones de todo tipo dirigidas a lograr una prevención eficaz y sostenible en un tema que era tabú hasta hace muy poco tiempo.
De igual manera que hacer frente, en su momento, a la pandemia del VIH/SIDA con valentía y decisión permitió incorporar mejoras en la salud pública de España que se acabaron consolidando, como el papel activo de pacientes y familiares (tanto en las consultas individuales como en las intervenciones educativas a través de las escuelas de pacientes); si se afronta la cuestión del suicidio con coraje y determinación se podrá alumbrar una nueva sociedad. Mejor y más saludable. Ética, física, emocional, social y espiritualmente.
De todo ello trataré en ese artículo. Desde la teoría y desde la práctica. Con evidencias científicas y con experiencias vivenciales. Con dichos y con hechos. Con reflexión y con intuición. Con mucho amor y con algo de humor.