Incomunicado
Puedo comunicarme sin parar
y caer en el pozo de la unicidad,
y no encontrarme mas que yo,
en el eco de la palabra emitida.
Dirijo mi voz hacia tu vientre,
sendos vacíos que se juntan.
Mi palabra llama desde lo profundo,
desde la superficie indecible.
Busca materializarse en algo,
en algo que no puedo ser yo mismo,
en mi yo imposible.
Y sigo sin encontrarte a ti,
a ti que me escuchas
y crees haberme oído.
Pero ya eras tú,
tú y el vibrar de tu tímpano.
¿Yo?
Yo ya me había ido.
03/10/1990.
Esta es una poesía que escribí acabando mi residencia de Psicología Clínica en Huelva.
Quería comenzar este comentario sobre la comunicación y la salud desde un código lingüístico que se centra en transmitir la información de forma diferente. No basado en la lógica del discurso, ni en la coherencia; y si en la transmisión de emociones, en el manejo de los dobles sentidos, de la metáfora y la paradoja.
El primer axioma de la comunicación proclama que “es imposible no comunicarse”. Es un axioma que comparto plenamente, sin embargo he querido jugar con la paradoja de que igualmente se podría postular lo contrario. Existe una parte de la individualidad, de la unicidad de la subjetividad que realmente resulta inalcanzable para otro ser humano.
Está claro que estoy hablando de la comunicación más allá del modelo de transmisión de información, pero no por ello hay que desmerecer su importancia, gracias a él comenzó a convertirse en el llamado 4º poder. El desarrollo de los diversos medios de comunicación de masas ha ido colonizando nuestra realidad moderna influyendo y creando opiniones en la población.
Este modelo ha sido un instrumento ideal para el desarrollo de los intereses de los poderosos. Nos hizo más iguales, pero sobre todo en un aspecto, en el de convertirnos en consumidores. En consumidores de bienes materiales que luego hemos ido aprendiendo que están desgastando nuestro mundo y haciéndolo inhabitable. De unos bienes que se producían a cambio de que otros muchos malvivieran y se amplificara la distancia norte sur.
El surgir de los medios de comunicación visuales puso cara, personajes y actores a la comunicación. El desarrollo del celuloide ha sido uno de los mejores vehículos de transmisión del dominio geopolítico de los Estados Unidos. Donde no llegaron sus marines, llegaron sus héroes de película para justificar una y otra vez el uso de la violencia como modo de imponer, a pesar de los malos, no sé qué principios superiores frente a otros pueblos: alemanes, asiáticos, rusos, hispanos, negros, indios aborígenes del país…; incluso algún alien que osara creerse superior.
La entrada de la televisión en nuestras casas desplazó la jerarquía machista imperante, para empezar a sustituirla, no por la mujer por supuesto, sino por la caja tonta. Esa que nos abrió la puerta de los hogares al mundo, al mundo de las noticias enlatadas, al mundo de la publicidad y de la sociedad de consumo.
Tras los ajustes sobre el control, por primera vez verdaderamente mundial, que se definieron a través de las dos guerras mundiales y de la muerte de millones y millones de seres humanos, empezó a construirse la globalización. El instrumento, la comunicación. Empezó a dejar de ser un medio para conseguir determinados fines, para ser el fin en sí misma.
Ni qué decir tiene que todo esto ha supuesto grandes logros, no se habría impuesto de manera tan drástica en nuestra cultura sino hubiera dado a conocer a tanta población los avances sociales, científicos, tecnológicos. Nos convertimos en ciudadanos del mundo, o eso creíamos, conectados por noticias e informaciones que aumentaban nuestra sensibilidad hacia otros seres humanos.
La globalización nos aportó grandes avances sociales, aparecieron nuevos ideales, la idea de progreso, la sociedad del bienestar, se crearon instituciones supranacionales para promover el consenso global, nos trajo incluso el concepto positivo de salud, la idea de promoción de la salud, de salud para todos de Alma Ata.
También se desarrollan los modelos de complejidad ya se habían iniciado a principios de siglo tras la post industrialización. Las tecnologías complejas de las ciencias humanas y sociales se despegan con la necesidad de atender a una nueva realidad social: atender a las secuelas de las guerras, la importancia de nuevos sectores sociales: la clase media, los trabajadores, las mujeres, los emigrantes.
Surgen la teoría de sistemas, las teorías del juego, de la comunicación, la dinámica de grupos, se desarrollan los modelos de psicología, la informática, la cibernética.
Los ideales de la sociedad del bienestar se han venido abajo frente a la inmensidad de la complejidad y la insistente permanencia de los precarios comportamientos humanos.
Esa utópica “completa salud para todos” ha tenido que incorporar el continuo salud-enfermedad, donde la enfermedad y la muerte forman parte inherente de la ecuación, y la salud es la que toca construir cada día. Y no una salud universal sino una que incorpore las peculiaridades de cada sociedad, de cada contexto ecosistémico, de cada grupo social, de cada persona y su momento evolutivo; de su sentido y el sentido del común.
Con internet la comunicación se convirtió en la realidad en sí misma. La realidad es la virtual. Somos más conscientes de la falta de objetividad, de la diversidad de visiones, de verdades. Los modelos constructivistas y narrativistas nos dejan claro que es nuestro hacer y el sentido que otorgamos a nuestro hacer lo que va conformando la realidad, esa realidad más espurea basada en la inmediatez.
La promoción de la salud basada en un modelo relacional, en la complejidad, es la lucha de David contra Goliat, contra los poderes y modelos sociales establecidos. En el juego del mus se dice más gráficamente: “jugador de chica, perdedor de mus”. Pero ya quedan pocas apuestas que construir desde la implicación de los microecosistemas y la educación en la equidad y la diversidad un ser humano que se empodere individualmente y en relación de un comportamiento más saludable y cargado de sentido.