El llamado efecto Roseto, es aquella historia que los sociólogos solemos invocar, cada vez que nos toca hablar sobre determinantes sociales y otros elementos que influyen en la salud de los individuos.
Esta historia tiene su origen en los años 60, en plena epidemia de infartos en USA, donde todo el mundo ingería grasas de todo tipo y donde la gente fumaba y bebía como si no hubiese un mañana. Tal era la magnitud del problema que se ordenó hacer un estudio para intentar paliar dicha epidemia de infartos.
Roseto estaba formada básicamente por inmigrantes italoamericanos, provenientes del Sur de los Apeninos a finales del S.IXX, a los cuales les fue bastante bien, ampliándose hasta formar una comunidad considerable a principios del S.XX, además tenía como característica peculiar a diferencia de otras zonas colindantes, que era muy homogénea culturalmente y bastante cerrada al exterior.
En este contexto a principio de los años 60, llamó poderosamente la atención que los habitantes de Roseto con una edad inferior a 55 años no había muerto de infarto nadie, ni tenía síntomas de enfermedades cardiovasculares, a los mayores de 65 años tampoco les había ido nada mal, ya que tenían más o menos, la mitad de problemas cardiovasculares que el resto de la población norteamericana, además de menos enfermedades o trastornos mentales del tipo, cuadros depresivos, ansiedad o estrés.
En éste contexto decidieron estudiar la dieta para explicar dicha diferencia entre los “rosetinos” y el resto de la población norteamericana, pero descubrieron que no, que se habían vuelto igual de sedentarios que el resto de la población, además de igual de adictos a las grasas saturadas, hicieron estudios genéticos que pudieran arrojar luz, pero tampoco encontraron diferencias significativas, ya que otros mismos rosetinos que habían emigrado a otras zonas diferentes les afecto por igual el estilo de vida poco saludable de la sociedad norteamericana igualándose en las tasa de mortalidad y de enfermedades cardíacas, así pues también pensaron que aquella zona de Roseto tendría una mejor calidad de aire, agua, etc, pero descubrieron igualmente que era muy parecida a las zonas colindantes.
Así que decidieron hacer un análisis sociológico acerca del tipo de sociedad que existía en Roseto, además de analizar la cohesión e interacciones de aquella mancomunidad, y aquí es donde aparece: el llamado “efecto Roseto”, al encontrar una vida social muy activa y rica, contaba con más de una veintena de asociaciones vecinales, familias muy extensas con fuertes vínculos que le hacía diferenciarse enormemente del modelo nuclear norteamericano.
Este efecto fue breve en términos históricos ya que en cuanto los llamados “rosetinos” incorporaron el modelo de vínculos y cultural norteamericano, se incrementó de forma considerable los mismos problemas de salud que el resto.
Este caso es muy interesante ya que se puede servirnos para entender de forma contrastada el inicio de los determinantes sociales y la salud, así como influyen nuestra forma de relacionarnos en nuestra sociedad, recordando a Ortega, en su ya celebérrima frase “Yo soy yo y mis circunstancias…” y la segunda parte de la frase que es mas importante “…y si no las salvo a ellas, no me salvo yo…”.
Así pues, para Ortega, las circunstancias determinan 2/3 de nuestra identidad, y relegaba sólo 1/3 al individuo, a lo que añadimos no sólo el plano subjetivo e identitario, sino que como hemos visto esas circunstancias sociales (el lugar en que nacemos, la ciudad, el grupo étnico al que pertenecemos, nuestra forma de relacionarnos, de potenciar nuestra red de relaciones, y crear vínculos sólidos sociales) determina nuestras representaciones de la salud.
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Maite Larrauri, explica «yo soy yo… y mis circunstancia» y «si no la salvo a ella no me salvo yo»
La pobreza en España afecta a 12,2 millones de personas en España 26,1% (Traya, 2019), mientras que en los inicios de la crisis estábamos en una cifra cercana 23,3 % (Ortiz, 2019), nos llama la atención como es algo que nos importa dependiendo del momento, si bien los años más duros de la crisis era recurrente en los medios de comunicación todos los días una dosis importante de desahucios, tertulianos hablándonos diariamente del paro, de la situación insostenible de personas sin hogar, y un larguísimo etc. Hoy, sin embargo, aparece como algo ya del pasado, pese a estar en peores condiciones que el año pre-crisis.
En un mundo contemporáneo vaciado de subjetividad, tras el triunfo de la modernidad reconstituida a través del consumo masivo en un mercado total, en esa modernidad líquida que aludía Bauman con tanto acierto, se nos presenta como necesario re-armar al individuo de esa capacidad de vínculos reales y no simulacros de vínculos que difuminan esa cosmovisión y que genere nuevas representaciones sociales que en última instancia son las que generan un cambio de nuestra mentalidad, al sentarse e implantarse en el sentido común de los individuos, por último debemos recordar que: hacemos lo que pensamos porque nos lo imaginamos haciéndolo.