Oficialmente es 1985 el año en que la metadona comienza a ser utilizada en España como un agonista opiáceo para el tratamiento de los dependientes a la heroína, si bien no es hasta mediados de los 90 cuando su consumo «se democratiza» y su empleo pasa de ser residual a convertirse en el medicamento estrella en el tratamiento de un problema que cogió con el pié cambiado a instituciones y profesionales. Pocos en estos momentos sabían realmente lo que se avecinaba.
Han pasado alrededor de 25 años desde que los primeros drogodependientes y los profesionales que les atendían encontraron en ella uno de los «instrumentos» que más ayudaron a mejorar la calidad de vida y el control de su dependencia. En muchos casos marcó una línea entre la vida y la muerte en una época nefasta en la que las consecuencias del consumo de drogas eran más graves que las propias drogas que se consumían. Las enfermedades infecciosas y el sida se estaban llevando «por delante» a un gran número de jóvenes de ésta guerra no declarada.
El uso de éste medicamento era “un remedio” (años 80/90) sólo al alcance de quién los profesionales consideraban “enfermos terminales”. Era tal el respeto y/o miedo que los escasos especialistas en drogodependencias de esa época tenian por él que se consideraba “el último recurso”. El control del sida superó gran cantidad de tabús sobre la metadona, ampliando su prescripción y “democratizando” su dispensación.
Este retraso se vio con posterioridad que fue un error. Sólo favoreció que aumentara el deterioro de muchos de estos jóvenes y en algunos casos que tuviesen un final desgraciado.
Los reales decretos 75/90 y 5/96 abrieron la puerta a que miles de toxicómanos pudiesen beneficiarse de ella, comenzando así una remontada hacia el abandono casi total del consumo ilegal y una oportunidad para sus vidas.
Pronto se vio que la metadona no era ningún “medicamento milagro”. Producía una adicción, en muchos casos, de mayor duración e intensidad que la droga que combatía, la heroína. Así lo que pareció una solución “celestial” se convirtió en un gran problema. Se podía lograr el abandono del consumo de heroína, pero “retirar” a un paciente la metadona, era ahora un objetivo nada fácil.
Aquellos pacientes que entraron en los primeros P.M.M. ( programas de mantenimiento con metadona) tenian entonces entre 25 y 35 años. Muchos de ellos, en gran parte gracias a su buen uso, han sobrevivido durante estos últimos 25 años. También algunos de estos vieron que para poder realizar una vida “normalizada” debían seguir el tratamiento con este agonista opiáceo durante años. Hoy se acercan a los 50/60 años con este medicamento “como compañero”.
Sabemos poco de las consecuencias de su uso crónico. Nunca se pensó en el futuro de dicha medicación y menos de los pacientes consumidores de la misma.
Y aquí os dejamos una pregunta sobre la que intentaremos reflexionar: Qué pasará con esta generación de futuros jubilados que deberán de por vida seguir con dicho tratamiento.
¿Están nuestros servicios sociales y nuestro sistema de salud preparados para atender a estos “drogodependientes legales”?.