La crisis y las drogas: ¿está favoreciendo la disminución del consumo y del número de consumidores?

Si la “crisis” ha afectado a toda la sociedad en su conjunto ¿habrá afectado también a los consumidores de drogas y sus hábitos y de alguna forma a aquellos que venden las drogas?

Poco se ha dicho de éste tema en los últimos años. Parece como si el gran problema (las drogas) de nuestra sociedad de los últimos años hubiese desaparecido por la irrupción de la crisis y el paso a las primeras páginas de los periódicos de la evolución diaria del paro y sus consecuencias. Parece como si de un plumazo el gran problema de nuestra trastienda, las drogas y los drogodependientes hubiesen desaparecido. Sólo aparecen las drogas y la crisis asociado a Grecia.

Existen algunas cifras sobre cuál es nuestra situación actual del consumo de drogas, las demandas de tratamiento y especialmente del deterioro de nuestro sistema asistencial, quizás uno de los mejores de Europa hasta hace poco, en lo referente al tratamiento de las adicciones y la reinserción de los ex toxicómanos.

Los fondos destinados a ONGs, programas asistenciales, convocatorias de programas públicas y privadas y en general el gasto dedicado a prevención incluyendo la relacionada con el sida y otras enfermedades infecciosas se ha reducido en torno al 60% (Proyecto hombre) y en algunos casos han desaparecido totalmente.

En un informe sobre los efectos de la crisis en las drogas de Proyecto hombre en su boletín de Diciembre/Enero 2012, encontramos que “las demandas a tratamiento se han incrementado en un 35% en el último año (2011)”.

Sabemos que uno de los fines del consumo de drogas es escapar de la realidad diaria. Esto significaría un aumento en el número de consumidores. Por el contrario la reducción de la capacidad adquisitva del conjunto de la sociedad se ha reducido lo que por lógica influiría en la disminución del número de consumidores y de las cantidades consumidas.

Los que conocemos ésta realidad sabemos de la capacidad de adaptación a las distintas circunstancias de quien depende de una droga para “vivir” es absoluta. Esto nos lleva a diferenciar entre los adictos (que siempre encuentran una alternativa a su disminución económica) y los consumidores “normalizados” entre los que sí que se han producido cambios llevados por la necesidad y en la dirección de reducir el consumo, aumentar las demandas de tratamiento y alejarse de las drogas ilegales para entrar aún más en el mundo del alcoholismo como alternativa.

Según el informe de “Proyecto Hombre” el precio medio del conjunto de drogas ha disminuido entre un 10 y un 30%. En su informe diferencian entre los consumidores de clase media-baja y los que tienen un buen poder adquisitivo.

Los primeros, que en parte dependían de trabajos como la albañilería y derivados, el paro les ha llevado a cambiar de hábitos (que no a abandonar el consumo, cómo recurrir a la producción propia de marihuana).

Entre los segundos, consumidores mayoritarios de cocaína, se ha dado el salto de consumidores a vendedores para pagarse su consumo.

Siguiendo con los datos del informe, los tratamientos por alcoholismo han aumentado del 5’1% del total de demandas en 2008 al 13,1% en 2011. El alcoholismo ha aumentado de forma significativa entre los consumidores de cocaína, heroína y otras drogas. Las demandas por consumo de heroína han pasado del 5,9 % en 2008 al 17,5 % en 2011.

Ante ello, la pregunta es si la coyuntura actual, sin pretenderlo, está favoreciendo una disminución del consumo y del número de consumidores. Pero ello genera preguntas adicionales ¿y cambia el consumo, los vendedores y los tipos de drogas que se consumían antes de la crisis? Y ¿cuántas de estas, son demandas relacionadas con la situación económica actual y cuántas no?

LA MADUREZ DE LA METADONA (y II)

Después de presentar en la primera parte de éste post, de forma sucinta, cómo la metadona entró en la oferta terapéutica de determinados centros, en el abordaje de la dependencia a la heroína, hemos querido informar sobre cómo dicho medicamento, inicialmente dirigido a aliviar los procesos de desintoxicación para finalmente lograr el abandono total del consumo de opiáceos, llegó formar parte de la vida de muchos de ellos.

A partir de finales de los 90, el aumento del número de pacientes en el “Programa” así como la saturación de los servicios asistenciales por la gran demanda de tratamientos, junto al reinicio de muchos de ellos por la alta cantidad de recaídas y el hecho de que no todas estas personas afrontaban sus procesos con las mismas expectativas y objetivos, llevó a que los mismos, en el conjunto de las políticas y programas contra la droga, fuesen divididos en cuanto a los compromisos y obligaciones para con sus procesos terapéuticos en pacientes con “alta” o “baja” exigencia.

Aunque es un tema del que se ha hablado poco, las razones por los que eran asignados a uno u otro grupo, creemos que en definitiva respondían a la necesidad de optimizar los recursos existentes en esos momentos, el historial y evolución y especialmente y siempre desde nuestro punto de vista, por el agotamiento y frustración al que muchos estaban llevando a los profesionales que les atendían ante la falta de éxitos terapéuticos.

Creemos que esta “aleatorización” que no siempre se basó en análisis y evaluaciones profundas, llevó a que una parte de ellos fuesen considerados como crónicos y sin esperanza de que su situación pudiera cambiar en los años futuros.

Por otro lado, entre los de “alta exigencia”, estaban los que eran, aunque no de forma oficial, “respondedores” a las ofertas terapéuticas y para los que aún se confiaba que pudieran abandonar para siempre el consumo y en algunos casos dependientes “ no conflictivos”. Si bien es cierto que en muchos casos los perfiles se mezclaban y no estaba muy claro quien debía de asignarse a uno u otro grupo.

También es cierto, que entre esos crónicos y sin futuro, se encontraban “personas responsables” y con una evolución aceptable ( adherentes al programa de metadona y sin consumo de opiáceos no prescritos ). La mayor parte de estos pacientes de “baja exigencia” vieron como sus citas médicas se espaciaban en el tiempo, los controles de orina ya no eran periódicos y en definitiva se entendió que no necesitaban más seguimiento que el que los propios pacientes demandaban.

Gran parte de los actuales pacientes de los que hemos hablado anteriormente como “la tercera edad de la metadona” pertenecen a ésta época.

Aunque aún no hemos mencionado ninguna respuesta a la pregunta con la que cerramos la primera parte de este post ( ¿están nuestros servicios sociales y médicos preparados para éste perfil de pacientes ¿), nos ha parecido importante ampliar la información sobre quienes son y/o serán estos “jubilados”.

Durante los últimos años, ellos mismos o una persona responsable de su entorno (casi siempre un familiar) han retirado la metadona de los puntos que fueron asignados para dicha función. Los centros de salud, algunas ONG,S y en pequeñísimos casos de poblaciones pequeñas, en algún ayuntamiento.

Así han seguido durante años y ellos mismos se han ido reinsertando, llevando sus procesos de forma magnífica o catastrófica y en muchos de ellos, el propio devenir de los años y los cambios producidos en sus vidas han logrado que se auto-trataran llegando hasta el abandono total de su dependencia a todas las drogas: legales e ilegales.

Otros han “normalizado” sus vidas en lo laboral, familiar y social “pero” con la compañía de la metadona hasta la actualidad.

Podemos ver que la pregunta sobre la que inicialmente queríamos centrar el artículo era más una reflexión que una duda.

Sin embargo, en este momento en que todo el sistema de salud y social se tambalea y que afecta al conjunto de la población, no impide que veamos con “otros ojos” a estas personas que no siempre han sido ni son los únicos responsables de que cada mañana al levantarse deban tomar su dosis para poder hacer una vida medio normal.

Sus problemas de autoestima, su miedo a quien le recogerá la metadona el día que su madre muera, sus mentiras diarias para tapar ante sus hijos y familiares su dependencia y otras limitaciones que pueden llegar a condicionar su modo de vida, se verían aliviadas por el simple hecho de que su medicación pudieran encontrarla en una farmacia como todo enfermo y no en una cola de un determinado centro de salud en la que deben retirar, después de muchos años, sus pastillas junto a otros que aunque con los mismos derechos, no tienen nada que ver.

Un apoyo psicológico y psiquiátrico ( gran parte de ellos arrastran enfermedades mentales y casi en todos los casos portan una “patología dual”) adecuado a su especial situación y necesidad seria de agradecer.

En el aspecto económico, si bien en un principio ( y por el hecho de padecer enfermedades infecciosas) se les concedieron pensiones no contributivas que aún siendo pequeñas les ayudaban a sobrevivir, durante los últimos años y por una lectura restrictiva de la norma legal, se les han ido retirando y en muchos casos han acabado viviendo en la indigencia.

Y quizás por encima de todo y aunque los comentarios anteriores puedan ser los más llamativos, el hecho de vivir con una realidad oculta al resto de su entorno y al del conjunto de la sociedad, pueda ser lo que más daño les ha hecho.

Saber que en ningún trabajo aceptarían (con excepciones) a personas “adictas legales”, que no pueden compartir con nadie “su íntima verdad”, les hace aún mas vivir en la marginación.

Son en muchos casos tan normales como cualquier enfermo. Sólo que aún seguimos viéndolos como viciosos aunque hace años que lleven una vida mas sana que muchos de nosotros.

¿ Están nuestros servicios sociales y médicos preparados para atender a estas personas?.

Quizás junto a la anterior pregunta, habría que sumarle otra: ¿ Estamos toda la sociedad preparada para “respetar” a éstos, a los portadores del VIH, ….y en definitiva a todo el que no es igual que nosotros?.