La metadona una cuestión ética según Annie Mino

Dice Annie Minnp en su libro:

“La metadona, me había dicho un psicólogo a mi llegada al equipo, es una cuestión ética Hoy yo no estoy muy segura del sentido que él le daba a esta apreciación. Antes de mi nombramiento, la metadona había sido prescrita en el servicio, casi clandestinamente, a algunos pacientes, y una parte de mis colaboradores, sin decirlo, no compartían mi posición sobre este tema. En la época, yo he comprendido lo que el psicólogo quería decir, por esta observación, que existía un conflicto irreducible entre metadona y ética. Esta cuestión ética me ha servido, en los años siguientes a hacer callar las dudas que se me insinuaban en la medida y en cuanto a la manera que la metadona me parecía mas aceptable sobre el estricto plan médico. Esta cuestión era bien real, incluso si hoy me parece tener mas respecto de un código moral que ético propiamente dicho. La metadona levantada su prohibición, una prohibición de la que nosotros estábamos solo autorizados, en tanto que médicos, a transgredir.. Ella nos obligaba entonces a reconsiderar no solamente nuestra relación con nuestros pacientes, como nuestra relación con la ley.

Prescribir metadona, era entrar en un vértigo poderoso. Era también alienar definitivamente a mis pacientes; decir que la ley no se aplicaba mas a aquellos porque ellos eran incurables. La toxicomanía era entonces vista como una forma última de contestación. El toxicómano había pasado al otro lado del espejo y en el curso de la psicoterapia el nos hablaba de este otro lado, lo que, bien seguro, nos fascinaba. Habiendo hecho del toxicómano el mensajero de los dioses, el habría sido sacrílego de “estabilizarse” con un producto, la metadona que se comparaba voluntariamente a una camisa química. El objetivo confesado en los mantenimientos era permitir una reintegración de los toxicómanos- que es tanto como decir una normalización- Nuestra ambición era mas grande: queríamos liberarlos . Porque, y es otra paradoja, todos hacían de la toxicomanía el ejemplo mismo de la alienación, nosotros valorábamos mas que todo la libertad de nuestros pacientes. Tomábamos toda demanda terapeútica, por modesta que ella fuera, como la expresión del deseo de reencontrar esta libertad. Responder con unos medicamentos a una demanda de libertad habría sido escandaloso. Esta forma de pensar está aún muy anclada en el caso de numerosos profesionales.

Los sufrimientos que se imponían a nuestros pacientes los reducían a una elección imposible entre unos tratamientos dolorosos y poco eficaces y la vuelta a la marginalidad y a la ilegalidad no tenían nada de chocantes en un ambiente tan sacralizado. Después de todo, el que está allí al otro lado del espejo debe pagar su vuelta con una carga de sufrimiento y el acceso a la libertad absoluta cuesta un combate de excepción, donde las tribulaciones mas dolorosas encuentran su justificación el día de la victoria.. Es esta nuestra perspectiva y nosotros nos preocupamos poco de saber si es la de nuestros pacientes. Nosotros habíamos renunciado a ser unos médicos, puesto que renunciamos a aliviar el sufrimiento. Había entonces una cuestión ética pero ella no estaba allí donde nosotros la veíamos. El sida había abierto mis ojos.