Estamos a unas horas de que, como todos los años hacia el 1 de Diciembre, se celebre el día mundial del sida.
Desde que se conocieron los primeros casos hasta hoy han pasado casi 3 décadas. Desde que a los hospitales españoles comenzaron a acudir pacientes demandando ayuda, en esos primeros años consistente en «dar miedo», «consejos de cara a una muerte inminente» y si alguien se topaba con un buen médico, ofrecerle «consuelo», la evolución en el campo médico ha sido «ejemplar».
Sin embargo, para «lanzar una flecha al corazón», gran parte de estos primeros médicos que sabian, en muchos casos, menos de dicha enfermedad que los enfermos, se basaban en dos actuaciones extremadamente «científicas». La primera, conocer la seropositividad a través del famoso «ELISA» y la más cruel:auscultar las áxilas y si el médico de turno detectaba nódulos linfáticos en forma de uno, dos o varios «bultitos», la sentencia era de muerte. Si además, era mujer y estaba embarazada (muchas de dichas personas conocieron su seropositividad ante el acontecimiento más importante de sus vidas: la maternidad) el aborto era la opción, la única y que junto a la noticia de que eras portador de dicho virus, se unía la desesperación y la errónea noticia de que no habia nada que hacer. Solo esperar y por supuesto «ser bueno» para que la espera fuese más larga y de calidad.
No vale la pena ya, poner en exceso todo el pasado bajo el microscopio si sí es conveniente recordar y analizar los tremendos errores y a veces las crueles actitudes de quien debía asistir a dichos enfermos, que llevados por el desconocimiento de la enfermedad, agravaba lo único que le quedaba al paciente: su dignidad. Miradas asustadas entre los profesionales, sentencias decimonónicas, escasa empatía con aquellos que tanto la necesitaban y el miedo. Miedo a que un roce, una tos inoportuna y tantos actos de la vida cotidiana que hoy nos parecen que nunca existieron, eran suficientes para que el enfermo se convirtiese en apestado.
Junto a tanto error (digamos que justificado por la ignorancia), entre los profesionales sanitarios se instaló «el análisis inmediato por el aspecto del paciente». Cómo era posible trabajar para ayudar a estas personas si «ellos se lo habian buscado» y además «nos daba miedo su aspecto» (sacado de un estudio de la época).
En poco tiempo y para comprender la rapidez en la respuesta farmacológica ante la enfermedad, la visibilidad de significados personajes de la vida pública de estos años, que comenzaron a hacer pública su seropositividad, fué el mejor regalo para unos millones de personas que solo sabían que «iban a morir». Aquí se comenzó a recuperar la dignidad perdida por las sentencias de quien veian en esta pandemia «un castigo divino».
Nos gustaría estos día ponerle cara a la situación del sida hoy. El día a día de algunos enfermos y la cara y cruz de otros, será nuestra pequeña aportación para el recuerdo y el conocimiento de los que hoy, algunos ya en la puerta de la jubilación laboral (si es que algún día pudieron trabajar) y social (si es que algún día en estos años se le ha ayudado a integrarse), siguen vivos y esperanzados.
Recordar que la enfermedad sigue ahí, sin mas protección que «el conocimiento» y una consiguiente toma de decisiones basada en la responsable actitud frente a «comportamientos de riesgo» son las armas de las que disponemos para evitar el contagio. Un arsenal de medicamentos que estan cambiando el panorama mundial del VIH (sin olvidar al 60% de los afectados mundiales que no pueden acceder a los mismos) y el proceso de integración, que aunque lento, está posibilitando que tener VIH no signifique dejar de tener amigos, amantes, familia, trabajo y todas las consecuencias de una de las enfermedades que va a ser vencida en el campo médico sin haberlo sido aún en el social.