Día Mundial frente a la Covid
Hoy se cumple un año de la detección del primer caso y me parece una buena fecha para conmemorarlo y dedicarlo a actualizar conocimientos, evaluar intervenciones, proponer mejoras y ayudar a extender los aprendizajes en ese área concreta a otros ámbitos
Dr. JOSÉ LUIS BIMBELA PEDROLA.
Publicado en IDEAL. Granada. Martes, 8 diciembre 2020.
Hoy, 8 de diciembre de 2020, se cumple un año de la detección del primer caso covid en el mundo. Y me parece una buena fecha para conmemorar el correspondiente Día Mundial. Lo confieso públicamente, soy fan de los días mundiales. El del sida (que recordamos el pasado día 1 en diciembre en estas mismas páginas con el artículo Día Mundial del Sida. Aprendizajes para la Covid); el de la Bondad (que nos permitió ofrecer una nueva dimensión de la prevención del suicidio, en la jornada virtual que celebramos el pasado 13 de noviembre en la Escuela Andaluza de Salud Pública de Granada). Y tantos y tantos más.
Dedicar un día mundial a un tema específico, sea relacionado con la salud física (diabetes), con la salud emocional (depresión), con la salud social (infancia), con la salud espiritual (suicidio), con la salud ética (derechos humanos), o con la salud estética (música), tiene muchas ventajas. Permite actualizar conocimientos, evaluar intervenciones y proponer mejoras. Además, ayuda a extender los aprendizajes en esa área concreta a otros ámbitos (¡hay tantos temas transversales que son vitales!).
La pandemia de la Covid-19 nos está enseñando muchas cosas. Y nos interesa mucho decidir que sí necesitamos aprenderlas. Nos ha enseñados que es fundamental ejercer la responsabilidad individual sin esperar pasivamente lo que ‘otros’ decidan (las cosas de palacio van despacio). Recuerdo las curiosas conversaciones que, hace años, mantenía con algunos taxistas, que se asombraban cuando me ponía el cinturón de seguridad en la época en la que aún no era obligatorio para los viajeros. Mi respuesta era clara: «Sí, ya sé que no es obligatorio. Lo que ocurre es que amo mucho la vida y yo decido ponérmelo por mi propia seguridad». Con la pandemia del coronavirus he actuado de forma similar. Incluyendo, por supuesto, el uso de las mascarillas y el mantenimiento de las distancias físicas. Y he asumido las consecuencias dolorosas de esa decisión: algunas amistades rotas.
También nos ha enseñado esta pandemia que es imprescindible dar un sentido a lo que proponemos que haga otra persona (sea mi hijo cuando ejerzo de padre, sea el ciudadano cuando ejerzo de salubrista, o sea un alumno cuando ejerzo de docente). Es necesario argumentar un «¿para qué?» que facilite la comprensión de las medidas cívicas y sanitarias adecuadas, y la asunción de los cambios correspondientes. Y concretar los ¿cómos? indispensables para traducir la teoría en práctica eficaz.
Otro gran aprendizaje ha sido la necesidad de humildad a la hora de enfrentarse a una situación de la gravedad de la que ahora nos ocupa. Humildad para estar dispuesto a compartir, a crear juntos. Humildad que predispone a pedir perdón cuando sea necesario y a pedir cambios cuando sea oportuno. Humildad que sugiere y argumenta. Que propone y negocia. Humildad para preguntar (me) y para escuchar (me). Para compartir dudas y comprender miedos. Prefiero políticos, epidemiólogos, virólogos y salubristas humildes. Me los creo más. Confío más. Me ayudan a comprometerme más y a ser más solidario.
También hemos podido (¿y querido?) aprender que los cambios serán optimistas o no serán… útiles (para la salud y la felicidad de todos). Los miedos infundados, las quejas constantes, las críticas demoledoras, o la dramatización continua, no ayudan a construir ni a avanzar, no facilitan ni los cuidados ni los auto cuidados. Son pan (podrido) para hoy y hambre (física, emocional, social, ética y espiritual) para mañana ¿Optimismo? Sí, por supuesto. Ese optimismo inteligente, basado en los hallazgos de las neurociencias, que cambia el mundo a mejor y provoca un bienestar duradero.
Por fin hemos descubierto también que los derechos no son obligaciones. Y que yo puedo libremente decidir que no ejerzo alguno de mis derechos por el bien de los demás. Y que me siento satisfecho conmigo mismo por hacerlo así. Y me puedo mirar tranquilamente en el espejo porque me gusta lo que veo. Incluso me veo más guapo. Lo sabían nuestras abuelas (la cara es el espejo del alma) y lo leímos en la Biblia («El corazón alegre hermosea el rostro»). Sí, actuar éticamente se nota por dentro y se nota por fuera. «Amar al prójimo como a uno mismo» (y amarlo y amarse mucho) es… ¡tan saludable!
Me gustaría proponer que el Día Mundial frente a la Covid tuviera su lazo. Y en concreto, un lazo blanco. Porque el blanco, como demostró Newton, es la suma de los colores. Y si algo nos ha enseñado también esta pandemia es la necesidad de sumar. Esfuerzos y saberes. Energías y entusiasmos. Derechos y deberes. Reflexiones y acciones. Lo individual y lo colectivo.
Además, el blanco es el color de la relajación, e inspira pureza, paz, inocencia y limpieza. Un color, por tanto, que puede resultarnos muy útil para promover la tranquilidad y la serenidad. Y el sosiego. Imprescindible cuando necesitamos tomar decisiones (individuales, grupales y colectivas) que sean sostenibles (local y globalmente) y sanadoras. Sin gritos. Sin aspavientos ni dramatizaciones. Sin insultos ni culpabilizaciones. Con responsabilidad. Con más silencios. Con calma y respeto. Con escucha y empatía. Con ese amor práctico que pasa a la acción y se convierte en hechos bondadosos y solidarios. Un reto maravilloso para salir vivos, sanos y más compasivos de esta pandemia. Vendrán más pandemias; y en nuestras manos (y en nuestras cabezas y corazones) está decidir qué haremos ante ellas. Y cómo lo haremos.
Y desde una Granada lluviosa y preciosa, una foto con el lazo blanco…
Además, sumo aquí el artículo citado, en relación con el Día Mundial del Sida, que ya anunciaba el «asunto covid»:
Día Mundial del Sida, aprendizajes para la Covid
Teniendo en cuenta que la Covid-19 se va a quedar con nosotros una buena temporada, propongo actualizar esos aprendizajes que fueron tan claves para detener el avance de la pandemia del vih/sida
Dr. JOSÉ LUIS BIMBELA PEDROLA.
IDEAL. Granada. Martes, 1 diciembre 2020
Hoy, 1 de diciembre, es el Dia Mundial de la Lucha contra el Sida. Y recordamos algunos hechos.
Jonathan Mann fue nombrado responsable del Programa del Sida de la Organización Mundial de la Salud en 1986. Era un gran epidemiólogo y un científico humilde. Gracias a su afirmación: «Habrá que aceptar que el comportamiento humano es mucho más complejo que cualquier virus», los gobiernos invirtieron en investigaciones que identificaban factores que influían en las conductas humanas, para conseguir cambios duraderos en hábitos instaurados en la ciudadanía.
Francisco Parras, médico del Hospital Gregorio Marañón, fue nombrado, en 1994, secretario del Plan Nacional del Sida del Ministerio de Sanidad. Y creó un comité asesor, en el que sorprendió la elevada presencia de psicólogos/as. Parras sabía que, para detener la propagación del vih/sida, era fundamental lograr cambios en comportamientos difíciles de modificar (sexualidad, consumo de drogas). No me lo han contado. Estaba allí, y tuve el honor de formar parte de ese comité.
Josep Torres, asesor de la OMS y presidente de la Fundación Antisida España (FASE), impulsó en 2001, con el apoyo del eminente epidemiólogo Manuel Carballo, una estrategia de formación innovadora bajo el título de ‘Curso de habilidades de relación de sanitarios con afectados VIH/SIDA: Entrenamiento en Counselling’. Formación que impartimos diez psicólogos/as, y en la que entrenábamos en habilidades emocionales y de comunicación a profesionales socio-sanitarios de toda España; para modificar conductas de las personas ya infectadas y de las que no lo estaban.
Ignasi Pons, sociólogo y profesor en la Universidad de Barcelona, dirigió mi tesis doctoral ‘Sociología del sida. Jóvenes y sexualidad en Andalucía’, en la que apliqué un modelo de diagnóstico conductual (el Modelo PRECEDE de L. W. Green) para identificar los factores que predisponían, facilitaban y reforzaban las prácticas sexuales más seguras frente al vih/sida entre los/as jóvenes (14-24 años). Lo investigamos preguntándoles las razones de lo qué hacían y de lo que no hacían. Además, logramos sumar en el tribunal disciplinas complementarias en Ciencias del Comportamiento: psicología, antropología, sociología, y medicina (salud pública y epidemiología).
Ramón Bayés, doctor en Psicología y maestro de generaciones de psicólogos/as, evidenció en su libro ‘Sida y Psicología’ que cuanto más igual a ti es el que te pregunta más fiable es la respuesta. Gracias a este hallazgo, mejoramos nuestra forma de trabajar con jóvenes; y consolidamos la estrategia de «educación entre iguales» que ha acabado siendo clave en muchas patologías crónicas a través de las escuelas de pacientes.
Han pasado dos décadas y hemos olvidado casi todo lo aprendido. Es más, la soberbia (y el extendidísimo efecto Dunning-Kruger sobrevalorándonos) nos está llevando a un fracaso colectivo estrepitoso frente a la pandemia del coronavirus. Con llamativos ejemplos: en una reciente entrevista radiofónica a un genetista, además de preguntarle sobre la vacuna frente al coronavirus (lo cual parece muy adecuado), se le preguntó sobre los ‘factores psicológicos’ que pueden influir en los rebrotes de la epidemia en España. El genetista soltó una retahíla de tópicos (muy poco científicos) que llegaron a desesperarme. El hombre no tenía ni idea de los factores que influyen de forma más relevante en el comportamiento humano, pero seguía hablado y hablando. Sin pudor y sin humildad.
Teniendo en cuenta que la Covid-19 se va a aquedar con nosotros una buena temporada, propongo actualizar esos aprendizajes que fueron tan claves para detener el avance de la pandemia del vih/sida. A ver si somos capaces (humildad mediante) de ponerlos en práctica.
En primer lugar; propongo que el coronavirus también tenga su Día Mundial; para que le dediquemos la atención que se merece (y que nos merecemos), y para que podamos ir evaluando nuestra respuesta a la pandemia. Así, podremos evitar ‘bajar la guardia’, como hemos hecho tras el primer confinamiento. La fecha que propongo es la del próximo 8 de diciembre, aniversario del primer caso detectado en China.
En segundo lugar; recordemos que, con la pandemia del VIH/SIDA, aprendimos que hacerse ‘la prueba del sida’ no prevenía la infección. Si las personas no cambiaban sus conductas seguían estando en riesgo de infectarse. Apliquémoslo a estos nuevos tiempos de pandemia. Y digámoslo claro: hacerse la PCR no previene la infección. Si no cambiamos nuestras conductas seguiremos estando en riesgo.
En tercer lugar; recuperemos las aportaciones de Mann (humildad); de Green (diagnóstico PRECEDE); de Carballo y Torres (counselling); de Pons (estudios cualitativos); y de Bayés (educación entre iguales). Y recuperemos aquellas disciplinas que tanto saben del comportamiento humano ‘práctico’, y que tan invisibilizadas han estado en esta pandemia: psicología social, antropología, sociología de la salud.
Finalmente, busquemos aliados. Para financiar investigaciones y acciones; para consolidar cambios y reconstrucciones. En lo físico y en lo emocional; en lo social y en lo económico. Y en lo ético y espiritual. Sumemos, por favor. Actuemos a favor de todos y contra nadie. Sumemos lo público y lo privado. Lo individual y lo colectivo. Lo presencial y lo virtual. Lo empresarial y lo sindical. Con humildad y honestidad. Solidariamente. Con entrega y entusiasmo. Con ilusión y optimismo. Con amor (el gran antídoto del miedo) y con autenticidad (basta de postureos y de egos desbocados). Y, desde luego, actuemos con valentía (clama al cielo la falta de autocrítica imperante en unos y en otras). Responsabilicémonos de nuestras acciones. Todos y cada uno de nosotros. Nos jugamos mucho. Y espero, de corazón, que no sea demasiado tarde….